Creo que no hay nadie más peligroso que la gente que se le sube el poder a la cabeza. Pensar que todo lo pueden, que tienen derecho a mentir, y pasar por encima de los demás discurriendo que la vida no se los va a cobrar. Usualmente estas personas, quienes alcanzan la cima con facilidad llevándose por delante valores y leyes para llegar a la cúspide, tienden a ser narcisistas. Los narcisistas utilizan la autoridad de diferentes maneras para satisfacer sus necesidades de admiración, grandiosidad y control. Un ejemplo de esto es la triangulación, donde manipulan situaciones creando conflictos entre personas para desviar la atención de sus propias acciones que suelen ser dañinas y atropelladoras. Ignoran y menosprecian las miserias ajenas mientras tienden a creer que son superiores a los demás y que merecen un trato especial. El trastorno de la personalidad narcisista se nutre de una de las leyendas más clásicas del panteón griego. Es la que nos habla de un joven que solo se amaba a sí mismo y de la maldición que cayó sobre él.
Napoleón Bonaparte, Benito Mussolini, Adolf Hitler y Donald Trump son algunos de los líderes más importantes que con su perturbación llegaron al poder y pisotearon a grandes poblaciones. Según el mayor estudio realizado sobre el trastorno narcisista de la personalidad por la Universidad de Búfalo (Nueva York), que duró 31 años, solo el 7% de la población es narcisista, aunque el estudio reconoce que hay más proporción entre políticos y mandatarios. Sin embargo, molesta saber que quienes deben ser más nobles ante la necesidad de un pueblo, pueden ser tan poco empáticos. Esta falta de empatía les permite tratar a los demás como instrumentos para satisfacer sus necesidades y lograr sus metas ignorando el dolor ajeno.
Cuando se sienten amenazados o criticados, los narcisistas pueden volverse agresivos y retadores. El poder les permite ejercer control y castigar a quienes consideran una amenaza para su ego y poder, tal como pasa con nuestro presidente. Todo el que difiere de sus pensamientos o deseos... es un enemigo; le encanta dividir y manipular, además de ser un mentiroso descarado.
Los ministros que han llegado a su equipo pensando que serían personas cercanas a él, han sido herramientas para satisfacer sus propias necesidades y mantener su imagen de superioridad y grandiosidad. No creo en su cercanía emocional a Benedetti o Sarabia. Estos compañeros de contienda también tendrán su fin cuando ya no le sirvan; tal como hizo con Francia Márquez, quien solo le valió para obtener votos y luego se le convirtió en un estorbo.
El narcisista en el poder es un peligro, pero al igual que en la leyenda griega tiene un triste final. Nunca dejará de portarse mal, porque sus acciones le darán lo que quiere, pero no será feliz, lo que lo impulsará a seguir con su agenda equivocada y extremadamente destructiva. En este caso, nuestro país es la víctima.