Matar a un presidente o a un candidato a presidente no es algo tan raro. A raíz del magnicidio contra Uribe Turbay he leído bastantes columnas centradas en la supuesta excepcionalidad colombiana, derivada de la violencia endémica de la nación y recordando las tumultuosas campañas de décadas pasadas, en las que asesinar candidatos era algo habitual. No estoy de acuerdo con esa supuesta excepcionalidad. En Colombia se tirotean candidatos, cierto, ¿pero no se tiroteó hace unos meses a Trump en EE.UU.? Apenas un par de centímetros separaron al hoy presidente de tener un agujero en la cabeza. Y si ustedes repasan la historia de cualquier país europeo occidental encontrarán no pocos presidentes asesinados. A los españoles nos mataron cinco. El último en los años setenta.

Muerte de Alix, la gota que rebasó la copa
Luis Alfonso RamírezLa verdadera originalidad colombiana es que el asesino fue un niño de quince años. No un loco homicida, o un profesional a sueldo, o un criminal ideológico, sino un niño pobre. Eso sí que no es habitual en el resto de los países occidentales y eso sí que hace peculiar el caso colombiano. Luego, la anormalidad no es matar presidentes y candidatos, la anormalidad es que los asesinos sean niños y que sean niños que lo hagan forzados por la pobreza.
Colombia no debería reflexionar tanto sobre su violencia. No existe un gen violento colombiano que haga que los colombianos sean desde la cuna más agresivos que otros países. Al contrario. Como bien mostró Enrique Serrano en su obra ‘Colombia: historia de un olvido’, los pobladores que de Europa llegaron a Colombia no eran conquistadores violentos ni el virreinato fue un mar de sangre. El problema no es la violencia, sino la pobreza.
Y no la desigualdad, sino la pobreza. Repitamos todos juntos, no la desigualdad, sino la pobreza. El problema no es que tú tengas un Ferrari y yo un ‘zapatico’. El problema es que tú tienes el Ferrari y yo no tengo que comer. De ahí vienen todos los males. Y ahí deberían centrarse todas las soluciones. ¿Se tomarán las medidas necesarias? ¡Pero por supuesto que no! No beneficiaría a ninguno de los que potencialmente pueden tomarlas, empezando por el Presidente de la República y terminando por el último senador de la oposición.
Cuando hay un problema tan verdaderamente endémico como la pobreza extrema de una gran parte de la población, no puede buscarse la razón más que en la falta de voluntad colectiva para corregirlo. Matar presidentes no es tan raro, tolerar tanta pobreza sí.
*Universidad Autónoma de Barcelona.