En el mundo turbulento de hoy se habla mucho de la escasez de recursos: energía, capital, talento; pero rara vez se reconoce el recurso más escaso y a la vez más trascendental: el liderazgo.

¿Administrar o gerenciar lo público?
GABRIEL JAIME DÁVILA GÓMEZEn todas partes, desde salas de juntas corporativas hasta instituciones gubernamentales, encontramos un vacío, no de autoridad, sino de liderazgo auténtico. Y aunque esta ausencia puede ser menos visible que una interrupción en la cadena de suministro o un déficit fiscal, sus consecuencias son mucho más dañinas.
El liderazgo no es un título ni una función: es un conjunto de virtudes internas expresadas en acciones externas. Es el coraje de asumir responsabilidades cuando nadie lo exige, la fortaleza de pensar a largo plazo en un mundo de corto plazo, y la sabiduría de servir al bien común por encima del interés personal o partidista.
El liderazgo escasea porque los sistemas que hemos construido rara vez fomentan a los verdaderos líderes.
En el mundo corporativo, desarrollar liderazgo debería ser una prioridad, pero no lo es. La autonomía se percibe como un riesgo, no como una oportunidad. Muchas empresas sacrifican el futuro a largo plazo, para complacer el próximo informe trimestral.
Esto produce gerentes eficientes, quizás, pero no líderes. El liderazgo no crece en un terreno de miedo y burocracia. Crece donde se extiende la confianza, se permite el riesgo y se antepone el propósito al procedimiento.
En el Gobierno, los ciclos políticos premian la popularidad, no los principios. Las agendas partidistas se imponen sobre el bien público. Tenemos líderes de nombre, pero no de espíritu.
Con demasiada frecuencia, el cargo público se convierte en un juego de supervivencia más que en una vocación de servicio.
Vivimos en un mundo que invierte enormemente en tecnología, pero muy poco en carácter. Perseguimos la eficiencia mientras descuidamos la sabiduría. Promovemos lo que se puede medir, aunque sea irrelevante, y pasamos por alto lo que es significativo, simplemente porque es difícil de medir.
El liderazgo no ha desaparecido. Está subdesarrollado porque exige inversión a largo plazo, mentoría, humildad y paciencia. Estas no son las monedas de cambio de nuestros sistemas modernos.
Si el liderazgo es nuestro recurso más escaso, entonces debe convertirse en nuestra búsqueda más intencional.
En el Gobierno debemos proteger a los estadistas que piensan más allá de los ciclos electorales y actúan por generaciones. Cuando lideramos con visión, convicción y humildad, incluso los desafíos más complejos se vuelven navegables.
El liderazgo no es solo nuestro recurso más escaso, también es nuestra mayor esperanza.