A medida que BOCALA ha evolucionado y se ha transformado en un sector cada vez más complejo y densamente poblado, el espacio público se convierte en un bien común de valor incalculable, quizás hoy, el único sobreviviente es el Paseo Peatonal de la Bahía, que no solo es un lugar de paso o tránsito: es el escenario principal donde se teje la vida urbana, es el escenario donde nos cruzamos, nos encontramos, compartimos, discrepamos y también, a veces, chocamos. Literal y figuradamente.
En ese cruce nos hallamos los peatones, los ciclistas, los usuarios de patines, patinetas y más recientemente, los scooters. Todos reclamamos nuestro espacio. Y tenemos el derecho a hacerlo. Pero ese derecho viene acompañado de una responsabilidad ineludible: la de entender que el espacio público es compartido, no exclusivo.
Hoy, más que nunca, urge una conversación madura y responsable sobre la convivencia en el espacio público. ¿Cómo hacemos para que nuestras ciudades no se conviertan en campos de batalla entre peatones que sienten invadido su andar, ciclistas que demandan vías seguras y usuarios de otros dispositivos que reclaman reconocimiento y legitimidad? ¿Cómo se regula, se negocia y se promueve una cultura ciudadana que garantice la inclusión, el respeto y la seguridad de todos?
Uno de los conflictos más frecuentes, aunque poco discutido, es el que ocurre entre los peatones y los usuarios de bicicletas y patines. Para muchos peatones, la aparición de ciclistas en el Paseo Peatonal representa una amenaza a su seguridad. Para los ciclistas, la falta de infraestructura adecuada los obliga a invadir espacios que no les corresponden. Y en medio de este dilema se suman los usuarios de patines, scooters o patinetas.
Lo que debería ser un entorno de convivencia armónica, se convierte entonces en un territorio de tensiones, donde cada actor se siente con mayor derecho que el otro. El peatón, por la fragilidad de su cuerpo y por la costumbre de considerar el Paseo como suyo. El ciclista, por su eficiencia ecológica y su papel protagónico en los discursos de movilidad sostenible. El usuario de patines, por su agilidad y su aparente inofensividad.
Este conflicto, aunque no siempre explícito, deteriora la experiencia urbana, genera percepciones de inseguridad y alimenta discursos de exclusión. Y lo más grave: retrasa el proceso de transformación hacia ciudades verdaderamente humanas y sostenibles.
La cultura cívica no se impone con leyes; se construye colectivamente. Se basa en el reconocimiento mutuo, en la empatía, en la comprensión de que la ciudad es de todos y que cada acción individual tiene un impacto en el bienestar colectivo. Es una cultura que parte de preguntarse: ¿cómo afecta mi comportamiento a los demás?
Una persona que circula en bicicleta a alta velocidad por el Paseo Peatonal, poniendo en riesgo a adultos mayores o niños, aunque lo haga porque se siente insegura en la vía, debe preguntarse si su seguridad vale más que la del peatón vulnerable. A su vez, un peatón que impide el paso a otros actores bien sea por descuido o desdén también debe preguntarse si su comodidad momentánea justifica su actuar.
Con el reciente anuncio por parte del alcalde de incluir el Paseo Peatonal en la intervención de la Avenida Chile, es momento de pensar en que la infraestructura no es neutra. El diseño del espacio público moldea comportamientos. Sea esta la oportunidad de tener con un Paseo Peatonal amplio, bien iluminado y continuo, que invite a caminar, incluyendo una ciclovía segregada, bien señalizada, que incentive el uso de la bicicleta, patines y otros.
El Paseo Peatonal debe ser un reflejo de lo que somos como sociedad. Si en el impera el egoísmo, el atropello, la indiferencia, será un lugar hostil y segregador. Pero si en cambio cultivamos el respeto, la empatía y la cooperación, será un lugar donde quepamos todos, con nuestras diferencias, nuestras velocidades y nuestros sueños.