El documental ‘Woodstock tres días de paz, música y amor’ (1970) se estrenó en el Teatro Cartagena el 2 de julio de 1971. Al respecto, el crítico de cine Alberto Sierra comentó: “Si el lector alcanza a ver esta increíble película, puede tranquilamente dejar de ir al cine por el resto del año” (‘Woodstock’, en Diario de la Costa, 3 de junio de 1971). Allí Sierra menciona la relevancia política de la película, donde el pacifismo resulta relevante: “Fueron tres días que proporcionaron a los hombres la oportunidad de aprender, de una vez por todas, que el amor (...) puede ser la solución para acabar con tanta cosa infame que daña la vida actual”.

Dos muertes que exigen respuestas en Cartagena
TATIANA VELÁSQUEZSe refería Sierra a los estragos de la Guerra Fría y su conflicto bipolar entre Washington y Moscú. Se destacan dos estragos del horror. Por una parte, “las guerras de baja intensidad” que se formaron en todos los continentes y comenzaron (o mejor, se reconocieron) terminada la Segunda Guerra Mundial. Y, por otra parte, la amenaza de una guerra nuclear de ambas potencias y la alta probabilidad de borrar la existencia de una buena parte de la civilización humana.
‘Guerras de baja intensidad’ y ‘guerra nuclear’ fueron fuente inagotable de películas, pues Hollywood dedicó buena parte de la producción fílmica a convencer a la opinión mundial de las bondades del imperio de Estados Unidos. Y así, la potencia americana gana siempre la Guerra de Vietnam en el cine, aunque en la realidad la hayan perdido. También fue (y es) muy taquillero el cine catastrofista y de la naturaleza insurrecta con final feliz. ‘Godzilla’, por ejemplo, es el efecto monstruoso de las explosiones atómicas y sus miles de pruebas en el Océano Pacífico. Después aparecen películas de ciencia ficción, las cuales, admiten el probable colapso de la tierra y la promoción de una vida posible en otro planeta.
Ante el horror y la locura emerge desde los años 50 la subjetividad política juvenil. Lo joven como pensamiento político se rebeló y encarnó la utopía de otro mundo posible. Apareció la contracultura, y Cartagena no fue la excepción. En los años 60 los jóvenes de la Universidad de Cartagena, de la Escuela de Bellas Artes y de los colegios públicos disputaron la opinión pública contra las posturas más conservadoras, guerreristas y reaccionarias. La voz juvenil fue contundente y sin ambages en la prensa, el arte, la cultura, la movilización callejera y el cine.
Entre las emociones del rock y los revolucionarios anhelos de justicia social, Alberto Sierra señaló: “Después de conocer este despliegue de técnica, ningún cartagenero tiene derecho a hablar mal de ‘Woodstock’, ni siquiera los amantes del rock o de la charanga. Es la versión no oficial de USA, de la gente buena que odia el racismo y la guerra de su país”. Cada vez que se proyectaba la película, se formaba otro concierto en el Teatro Cartagena.