Mataron el tigre y se asustaron con el cuero. Los congresistas hundieron la reforma laboral, pero la amenaza de la consulta de Petro les metió miedo y terminaron aprobándola, con algunas modificaciones menores. Esa reforma no es progresista sino pobresista, empobrecedora. Da unos beneficios más a quienes ya tienen el privilegio de tener empleo formal, pero aumenta de tal manera los costos para las micro y pequeñas empresas que miles quebrarán y aumentarán el desempleo y la informalidad.
Tampoco fue buena noticia que la Constitucional, de manera unánime, devolviera a la Cámara la reforma pensional para que arregle un vicio en el trámite. El antecedente es malo por al menos dos razones. Una, ¿en adelante pupitrear un proyecto de ley y no permitir la deliberación sobre su contenido, que fue lo que pasó en la Cámara con la pensional, será un vicio menor, uno susceptible de ser siempre subsanable? La otra, ¿qué hará la Corte cuando la Suprema determiné de manera definitiva que el trámite de la reforma se hizo bajo la perversa influencia del soborno por parte de la Casa de Nariño a los presidentes de Senado y Cámara de entonces? Sería inaceptable y un precedente gravísimo que tales hechos no tuvieran ningún valor en el examen de constitucionalidad de un proyecto de ley.
Pareciera que la Corte tomó la decisión con la consideración de que era muy costoso negarle al gobierno tanto la reforma como la consulta y que, en consecuencia, mejor era dejar viva la primera y hundir de manera definitiva la segunda como, no dudo ni un instante, ocurrirá. La Corte, me temo, también se dejó asustar.
Mientras tanto, el Registrador tuvo el valor de sostener que no podía aplicar el decreto que pretendía convocar a la consulta, sino hasta que los tribunales decidieran sobre su juridicidad, y el Consejo de Estado suspendió cautelarmente su aplicación mientras decide sobre su legalidad.
Con todo, fallos, debilidades, pusilanimidades, mieditos y cobardías, algunos vendidos y otros más con excesiva tendencia a la transacción política, las instituciones, aunque lejos de ser perfectas, funcionan y los colombianos están cada día más conscientes del vital papel que desempeñan para la defensa de la democracia. Los ciudadanos hoy sí entienden que el Congreso no solo aprueba leyes, sino que debe cumplir una tarea de contrapeso y control político del gobierno de turno, que no son indiferentes los nombre de quienes vayan a ocupar los cargos de registrador, procurador, fiscal, y que sí importan la formación y el carácter de quienes integran las altas cortes.
Por ese creciente entendimiento sobre el valor de las instituciones, la reflexión ciudadana sobre las próximas elecciones ha cambiado. Entendemos mejor el daño descomunal que hace elegir mal un presidente; pero también apreciamos cada vez más la función fundamental de los congresistas. Impulsar las mejores listas posibles para Senado y Cámara es hoy tan importante como escoger buen presidente.