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Columna

Gómez Jattin, Hölderin, Kleist, Nietzsche

“Recuerdo que alguien me previno cuidar muy bien las normas de bioseguridad, pues se trataba de una persona en situación de calle. Era Raúl Gómez Jattin”.

Gonzalo J. García

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En mayo de 1997 me encontraba en el segundo año de Neurocirugía en el Hospital Universitario de Cartagena. No recuerdo la hora exacta, pero fui llamado al servicio de Urgencias para atender un paciente politraumatizado con compromiso severo del estado de conciencia. Llegué muy rápido y encontré un hombre en coma, con respiración estertorosa, ahogándose en su sangre. Lo primero que hice fue despejar la vía aérea con un aspirador para drenar secreciones y sangre, y coloqué oxígeno mientras pedía un laringoscopio y un tubo endotraqueal. Al tiempo ordené a la enfermera canalizar accesos venosos e infundir líquidos.

Al final solicité un escáner cerebral urgente y dejé el paciente al cuidado del equipo de Urgencias. Recuerdo que alguien del área me previno de cuidar muy bien las normas de bioseguridad. Añadió que se trataba de una persona en situación de calle. Era Raúl Gómez Jattin.

El pasado mes de mayo, el mundo literario colombiano rendía homenaje al poeta cartagenero, y cereteano de corazón, por su natalicio. Entretenido con su poesía, recordé mi experiencia y tomé de mi biblioteca ‘La lucha contra el demonio’, del magnífico Stefan Zweig, que forma parte de cuatro volúmenes que denominó ‘Los constructores del mundo, tipología del espíritu’. Hace, como siempre, un retrato de tres de los poetas más importantes de Alemania, Hölderlin, Kleist y Nietzsche, unidos por el genio y la autodestrucción. Al releer sus biografías no pude dejar de pensar en la vida, la genialidad y la tragedia en Gómez Jattin y la extraña afinidad en los destinos de su existencia, que lo unía con estas tres figuras épicas.

Así se refiere Zweig a los poetas alemanes, “Los tres terminan prematuramente su vida con un espíritu destrozado y un mortal envenenamiento de los sentidos. Los tres terminan en la locura o el suicidio. Los tres parece que viven bajo el mismo signo del horóscopo. Los tres pasan por el mundo cual rápido y luminoso meteoro, ajenos a su época, incomprendidos por su generación, para sumergirse después en la misteriosa noche de su misión. Ignoran a donde van; salen del infinito para hundirse de nuevo en el infinito y, al pasar, rozan apenas el mundo material (...) Son esclavos. Son posesos (en todo el sentido de la palabra) del poder de demonio. Zweig reviste las palabras demonio y demoniaco de una interpretación personal: “Esa inquietud innata, y esencial a todo hombre, que lo separa de sí mismo y lo arrastra hacia lo infinito, hacia lo elemental. Es como si la Naturaleza hubiese dejado una pequeña porción de aquel caos primitivo dentro de cada alma, y esa parte quisiera apasionadamente volver al elemento de donde salió: a lo ultrahumano, a lo abstracto. El demonio es, en nosotros, ese fermento atormentador y convulso que empuja al ser, por lo demás tranquilo, hacia todo lo peligroso, hacia el exceso, al éxtasis, a la renunciación y hasta a la anulación de sí mismo”.

De esta manera, lejos del tiempo y el espacio, fue el mismo demonio que no pudieron conjurar estos poetas, con el que Gómez Jattin tuvo que lidiar en su querida Cartagena.

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