Las celebraciones litúrgicas de estos días son especialmente significativas, pues nos invitan a contemplar el inmenso amor de Dios, manifestado en el Corazón amante de Jesús. Un corazón que se entrega por amor a cada uno de nosotros, haciéndose alimento para nuestra salvación y pidiéndonos que llevemos ese amor a los demás.
Jesús, deseoso de regalarnos una vida plena, con sentido de eternidad y verdadera felicidad, nos llama de muchas maneras a recibir su amor: sanador, purificador, fortalecedor. Sin embargo, con frecuencia estamos demasiado ocupados con las cosas del mundo, encerrados en nosotros mismos, en nuestras necesidades inmediatas o, incluso, atendiendo las falsas promesas del maligno que nos propone edificar una vida sin Dios.
Jesús se hace presente -con su cuerpo, alma y divinidad- en cada Eucaristía: “Mi carne es verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida.” Aprovechemos este tesoro incomparable. Él transforma la vida. En Dios vivimos, nos movemos y existimos. La comunión eucarística es la forma más profunda de vivir esta realidad en la tierra: nos une a Dios y también a los demás. “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida” (*).
Hoy proliferan muchas filosofías que promueven la búsqueda de realización y armonía interior, pero que reducen a Dios a una simple energía. No. Dios no es solo una fuerza: es Amor encarnado, que se entrega por cada uno de nosotros para que seamos verdaderamente felices y alcancemos la vida eterna. Dios tiene un corazón amante que late y se entrega por ti, por mí. Nos acompaña en el camino de la vida, dándole sentido y propósito a nuestra existencia, y guiándonos hacia la eternidad.
Un testigo de este amor fue el joven Carlo Acutis, quien será canonizado el próximo 7 de septiembre. Desde su Primera Comunión, a los 7 años, procuró recibir la Eucaristía cada día. Investigó y documentó 108 milagros eucarísticos en todo el mundo, difundiendo su mensaje por diversos medios. Uno de esos milagros, el de Bolsena, cerca de Orvieto (Italia), inspiró al Papa Urbano IV en 1264 a instituir la fiesta del Corpus Christi. El milagro eucarístico más antiguo es el de Lanciano, ocurrido en el año 700, donde aún se conservan restos de carne y sangre humana -procedentes de una hostia consagrada- que, según estudios científicos, presentan características propias de un corazón vivo.
Creamos en ese Corazón amante de Jesús. Recibámoslo con devoción, junto con los demás sacramentos, y dejemos que transforme nuestra vida interior y nuestras relaciones. Así, construiremos juntos el mundo de justicia, paz y amor al que Dios nos llama.
“Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío”.