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Columna

Un llamado a la sensatez

“Mientras tanto, Miguel pelea por su vida. Un padre, un esposo, un hijo. No un símbolo. Una persona…”.

Iván Sanes

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A Miguel Uribe Turbay lo intentaron matar a tiros, no por lo que hizo, sino por lo que representa. Y ese hecho, gravísimo por donde se le mire, no puede ser relativizado. Lo que vivimos fue un atentado político, un acto violento que debe ser condenado sin dobles discursos, sin eufemismos, sin ninguna clase de excusas.

Pero lo preocupante es que, apenas unas horas después del ataque contra el senador, en vez de silencio, solidaridad y altura, el país entró en su deporte favorito: la guerra de versiones. Que si fue autoatentado, si fue la derecha, si fue la izquierda, si la clínica está conspirando. Que si todo es un montaje. Teorías sin base, lanzadas al viento por figuras públicas de lado y lado con una irresponsabilidad que roza lo criminal y el sin sentido.

Vi, por ejemplo, con desconcierto cómo una senadora sembraba dudas sobre la clínica donde Miguel era atendido, insinuando que podía haber una estrategia política detrás del parte médico. Vi también a una periodista, hoy aspirante presidencial, afirmar que un militar le había revelado que el ataque fue ordenado por grupos armados de la guerrilla. Y vi cómo otro exalcalde de Colombia le devolvía la pelota, señalando a sectores radicales opuestos. Todos con fuentes supuestamente “confiables”. Todos hablando antes de que hablara la justicia. Todos tirando más leña al fuego.

Mientras tanto, Miguel pelea por su vida. Un padre, un esposo, un hijo. No un símbolo. Una persona. Y aun así, en redes sociales, algunos celebraban su caída como si fuera un triunfo ideológico. Porque eso somos hoy: un país donde se celebra la desgracia ajena si viene del “bando contrario”. Un país que ha perdido el pudor, la compasión y el sentido común.

Nadie se salva, ni quienes hoy gobiernan, ni quienes hoy hacen oposición. Todos han caído en la tentación de instrumentalizar el dolor y la desgracia, todos han usado la tragedia como munición política. Y por eso, estamos como estamos, no muy diferente tampoco a como hemos estado antes.

Colombia vive una polarización tóxica, donde las ideas dejaron de importar. Donde el debate se volvió un ring de boxeo y el adversario, un enemigo. Donde el que piensa distinto es automáticamente malo, corrupto o peligroso. Y en ese ambiente, la violencia se normaliza, se justifica y se repite.

Por eso esta columna no es para echar culpas. Es para alzar la voz. Porque no hay ideología que justifique una bala o un atentado. Porque ningún país puede llamarse democrático si sus líderes tienen que hacer campaña con miedo. Porque nada, absolutamente nada, debe resolverse con violencia.

Miguel Uribe Turbay debe recuperarse, pero no porque sea del Centro Democrático o porque sea opositor. Sino porque es un ser humano que merece vivir y porque, en su herida, se refleja también la herida de un país que necesita con urgencia dejar de odiarse.

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