Con gratitud en el alma saludo a la ciudad que me acogió hace 12 años, cuando tuve la fortuna de casarme con una de sus mujeres más admirables: María Elena Martínez Ibarra. Bella por dentro y por fuera: inteligente, preparada, ejecutiva, profundamente humana, espiritual y optimista como pocas. Agradezco a Gerardo Araújo y Nicolás Pareja, por abrirme las puertas de El Universal, y volver a opinar, como lo hice en El Pueblo de Cali, y en otros medios del país.
Es una forma de corresponder a la ciudad que me adoptó con el cariño especial del Caribe. Me uno con propuestas y reflexiones que aporten al desarrollo social, económico y ambiental de Cartagena, con objetividad y compromiso.
Cartagena, al igual que otras regiones del Caribe y el Pacífico, enfrenta una dura realidad: la desigualdad, en medio de su enorme riqueza histórica, cultural y humana. Las investigaciones lideradas por Adolfo Meisel revelaron que Cartagena ha sido una de las ciu-dades con mayores brechas sociales. Ha tenido una leve disminución en su coeficiente de Gini, que pasó de 0.536 a 0.526 en 2023— pero sigue siendo, la se-gunda ciudad más desigual del país.
Esa desigualdad no es solo de ingresos. Es una pobreza que se siente en las calles, en las oportunidades, la salud, el acceso a la educación, la niñez abandonada, los servicios básicos que no lle-gan. Es necesario entender la pobreza desde un enfoque multidimensional, planteado por el expresidente Santos. Ese indicador abarca cinco dimensiones: condiciones educativas del hogar, condiciones de la niñez y juventud, salud, trabajo y acceso a servicios públicos. La responsabilidad no es solo del gobierno. Es tarea de todos: ciudadanía, empresa privada, gremios, acade-mia, Concejo, gobierno nacional y, claro, de una Alcaldía que merece más apoyo que crítica destructiva. Como ciudadano quiero aportar mi grano de arena, con la certeza de que no hay cambio sin participación, ni justicia social sin compromiso colectivo. Al culminar esta columna, recibí la noticia del atentado contra Miguel Uribe Turbay, acto de barbarie que me recordó el vil y cobarde asesinato del compañero Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo y mi amiga, Diana Turbay Quintero, madre de Miguel, joven líder aguerrido con sensibilidad humana notoria. Espero que esta columna sea puente de ideas y acciones, propuestas y realidades. Mientras Dios me lo permita, seguiré sembrando con fe, respeto y convicción: sí pode-mos construir una ciudad más justa, más equitativa, más nuestra.