Lo acaecido esta semana me conduce a la invectiva: se les porfió a los políticos que guardasen silencio y cedieran la palabra y potestad de la ‘res publica’ a los artistas pero, por considerarse que no eran sino recalentadas elucubraciones de resentido, nadie hizo caso. Hoy me erijo en hereje, asumiendo que algunos me querrán escupir al rostro por clamar cuán poco me conmueve la farisea empatía nacional en vigor: me resbala. Minutos antes del repudiable atentado en su contra, Miguel Uribe promovió el porte legal de armas. La que no se visibiliza es la matazón sin tregua de líderes sociales cuando cobra vigor esa voz anónima, aberrante, que durante el paro del 21 proclamó: “Plomo es lo que viene, plomo es lo que hay”. Sopesando la consulta popular, solo a la derecha oscura —a la cual nos libra hoy la izquierda inepta— beneficia su rechazo. ¿A esas preguntas temen? Por algo será.
Más me indignó que Marco Rubio —el pitbull de Trump— se librase a la injerencia más insolente al afirmar que la “violenta retórica izquierdista” del Gobierno Petro es causa única del ataque, mientras su país deporta masiva y agresivamente a sus inmigrantes en una Reichskristallnacht contemporánea de proporciones gazatíes. Ya sin Pepe, solo quedan políticos que nos llevan a la perdición. Mientras los países se rearman y colapsa una época, fanáticos de La casa de los famosos protagonizan una batalla campal con palos y cuchillos; a la vez, el respetado compositor neerlandés Johan de Meij deplora la inexplicable desfinanciación de la Banda Sinfónica Nacional de Colombia, cuyos llamados de auxilio pasan tan desapercibidos como cualesquiera del sector cultural.
El Estado fracasó al darle la espalda al arte y no priorizar la educación sensible de su población, creyendo que con imposiciones de leyes, plata y política, se iba a poder solucionar algo. Tras el crimen, se pide a voces un reexamen de conciencia nacional, pero nunca se podrá hacer sin el arte. ¡Hipócritas! La política es culpable de afligir a la gente y de raptar sus vidas; son los mismos que jamás se conduelen del artista y escogen darle una Glock antes que un glockenspiel a un niño pobre, a fin de “asesinar a Mozart”. ¿Castigarán ahora mi indiferencia así como perjudicaron con la suya el libre ejercicio de mi función creativa?
Cuando se crea arte, no escuchan. No importa la cantidad de obras, conciertos, proyectos, tiempo y energía, que se le vierta al país ingrato: suele primar lo inane sobre lo relevante. ¡Mateo 7:6! —espetaré—. ¡Qué narcisista! —exclamarán los estériles, los maniatados, los agallúos— pero al apropiarme el soso alias que algún bodeguero otrora me lanzó como insulto, todos voltean a mirar y lleno titulares. ¿Por qué? Porque a todos obsesiona la violencia, así como nos programaron los dueños del simulacro.