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Columna

¿Qué has hecho de tu hermano?

“Ningún poder ni ninguna ideología que trafique con la vida o la irrespete puede ser aceptable...”.

Ignacio Antonio Madera Vargas

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En más de una ocasión he hecho referencia a la expresión de Génesis (4, 10) que sirve de título al tiempo que quiere ser un llamado a la conciencia de todos y todas los que de alguna manera consideramos el respeto a lo humano y a lo humano fundamental, como es el don de la vida, como la realidad más honda y profunda que nadie tiene derecho a violentar.

En otra ocasión señalé que no hemos salido de la indignación y la impotencia que nos causan las acciones de la guerra que nos afecta desde hace tantos años y que nos han conducido a vivir esta innombrable realidad, cuando nos vienen otros hechos como el atentado al precandidato presidencial Miguel Uribe y otros tantos crímenes. Estos nos conminan a la inmediata necesidad de rechazar todo irrespeto a la vida, sean quienes sean sus autores.

Una claridad tenemos los cristianos: nadie más que Dios es dueño de la vida. Ningún poder ni ninguna ideología que trafique con la vida o la irrespete puede ser aceptable... La pérdida de una sola vida ya es un fracaso de humanidad, repitió con profética y valiente claridad el papa Francisco y este mismo clamor viene repitiendo el papa León XIV. Y por Oriente medio se recrudece la guerra y entre nosotros igualmente parecieran clamores sin oyentes las expresiones de los últimos papas.

No es posible, desde una perspectiva de fe en Jesucristo, responder con displicencia que no somos los guardianes del hermano victimizado; o sumergirnos en el espiral de clamores de responder a la violencia con más violencia, sin oír los gritos de una adolescencia que, por sus situaciones de pobreza y de miseria, se hace proclive a los movimientos e ideologías degeneradores de sus conciencias, que existen hoy en el país.

No es ni será lo más adecuado reclamar por aquí y por allá venganzas vindicativas, echar más leña al fuego del terror y la incertidumbre ante los atentados, los asesinatos, masacres, violaciones y extorsiones que parecen cercarnos en una infernal imposibilidad de alternativas de unidad y serenidad sensata; porque en horas de pesar, solo la claridad de la necesidad de amarnos los unos a los otros como el Dios de Jesucristo nos ha ordenado amarnos, es la que posibilita la urgencias de bajar la guardia de las venganzas y ofrecer la apertura al diálogo solidario, al perdón necesario y al interés del pueblo santo fiel de Dios que somos, por encima de los intereses de grupos y partidos (1 Jn. 4,20-21).

El Dios que confesamos es comunión de la unidad desde la diversidad, realizarnos en la vida a su imagen y semejanza es vivir la diversidad como creadora de unidad y armonía; la intercomunicación que nunca se cierra ante cualquier otro criterio egoísta. He ahí un bello desafío en esta hora incierta, pero exigente, para que nuestros hechos aporten a mantener la posibilidad de la esperanza en un país que sea capaz de generar la unidad urgente, a pesar y en contra de todo.

*Teólogo salvatoriano.

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