A finales del 2021, en una mañana cualquiera me llegó un mensaje de Whatsapp: “Hola Carlos, te escribe Miguel Uribe, tomémonos un café cuando estés en Bogotá.”
Para esos días en el partido se estaban conformando las listas al congreso.
En medio de las tensiones naturales que esos procesos generan, ya tomaba fuerza la idea que Miguel podía encabezar la lista a Senado. A decir verdad, eso no me parecía ni bueno ni malo. Simplemente saqué la conclusión que algo especial tenía que haber visto Uribe (Álvaro) en él; para darle esa responsabilidad y/o oportunidad.
Entre otras cosas, porque la gran mayoría de las pocas veces que he considerado que Uribe (Álvaro) ha tomado una mala decisión, el tiempo no me ha dado la razón.
Entonces sin mayor entusiasmo me puse de acuerdo con Miguel para tomarnos el café. Empezamos la reunión y enfáticamente dijo: “yo no vine a restarle a nadie, vine a sumar y hacer equipo.”
Esa frase no era nueva para mí. Se la había escuchado a muchas malas y a otras pocas buenas personas en esta actividad. Al fin y al cabo esa es la aritmética natural de ella. Seguramente a él también le ha ocurrido igual.
Sin embargo, agradecí el gesto, compartimos un rato agradable y sin conclusiones trascendentales cada uno siguió su camino.
De cualquier forma en esa época ya teníamos las campañas de cada uno en nuestras narices; campañas que tenían retos distintos e individuales. Yo tenía la tarea titánica de conservar la curul; y él, la de comprobar que Uribe no había errado la decisión de darle el número 1 de la lista.
Desde ese día no nos volvimos a ver hasta el 20 de Julio del 2022 cuando nos encontramos con ambos retos superados en la instalación del congreso.
Fue ese el día que descubrí que Miguel era un compañero distinto, uno leal.
Como si se tratara del primer día de clases de un colegio, empezamos a escoger la ubicación de nuestras curules (pupitres) por orden de llegada, con papeles de nuestros nombres escritos sobre las sillas. Paso seguido (y esto sí que no pasa en la inocencia de los colegios) compañeros de todos lados y de la forma más rastrera y baja empezaron a cambiar los papelitos de los puestos. Todos nos enteramos de lo acontecido y aquello entonces se había convertido en un “sálvese quien pueda”.
La forma más fácil de no tener problemas era aplicársela al vecino y así estaban haciendo muchos. En ese momento, ambos tuvimos la oportunidad de perjudicar al otro y así evitar desmejorar la ubicación de la silla.
Sin saberlo, los dos no fuimos capaces de caer en eso y entramos al recinto absolutamente convencidos que habíamos perdido nuestros puestos por ser honestos; en el caso de quien escribe, yo creía que Miguel me había cambiado el puesto para salvar la ubicación del suyo y él había pensado lo mismo de mi.
Al ver que nada de eso había pasado, me senté en la silla con dos razones para estar feliz; la primera porque había conservado la ubicación de mi curul y la segunda porque empezaba a darme cuenta que tenía un gran vecino, un gran compañero.
Desde ese momento he comprendido que sus palabras de aquel café son verdad y que todos los días ha estado dispuesto a sumar, nunca a restar y siempre a ayudar.
Ineludiblemente y como todas las buenas amistades terminamos en la música. El no tenía ninguna esperanza en mis rocks ni yo en sus vallenatos y puedo dar fe, que él por lo menos, pasó la prueba en los segundos. Hay que preguntarle cuando vuelva, si yo también pasé la de sus rocks.
Al margen de lo que pasó, todos estamos de acuerdo en que las razones profesionales por las que el país necesita un tipo como Miguel, sobran.
Las razones por la que su familia, amigos y su equipo lo necesitan son más profundas y únicas. Y más difíciles de encontrar.
Te extrañamos Migue, vuelve pronto, no te demores.