La designación del cardenal Robert Francis Prevost, ahora León XIV, como el nuevo papa ha impactado hondo en la comunidad católica global. Escogió ese nombre en tributo a León XIII, un pontífice de fines del siglo XIX e inicios del XX, reconocido por su fuerte adhesión a la doctrina social de la Iglesia y su disposición al diálogo con la realidad actual. Al optar por este nombre, León XIV no solo homenajeó a un Padre Santo que dejó una huella imborrable en la historia eclesiástica, sino que además dejó ver su anhelo de continuar con ese legado de renovación y compromiso frente a los retos del presente. Dicha elección personificó un nexo entre el ayer y el hoy, rememorando aquellos ideales de equidad, sensatez y progreso que distinguieron al pontificado de León XIII.
Para Cartagena de Indias, esta noticia encierra un significado singular: el nuevo pontífice es miembro de la Orden de San Agustín, una comunidad religiosa que marcó de manera profunda la historia espiritual y cultural de la ciudad.
Los Agustinos Descalzos arribaron a Cartagena allá por 1580 y allí erigieron el Convento de San Agustín. Su propuesta evangelizadora aunaba la reflexión mística con la acción social: aprendieron las lenguas autóctonas, brindaron asistencia a los marginados y predicaron la conversión interna. En 1607, levantaron el Convento de la Popa, después de la visión que tuvo Fray Alonso García Paredes, donde coronaron a la Virgen de la Candelaria, un símbolo de fe y a la vez un instrumento de conquista religiosa.
Dicha devoción fue derivando en un fuerte símbolo de identidad. Si bien la Virgen fue utilizada para sustituir cultos indígenas y africanos, con el tiempo las comunidades afrodescendientes le dieron un nuevo sentido, incorporándola a su propia espiritualidad.
Así, mientras que para algunos representaba el orden de la colonia, para otros se transformó en un ícono de resistencia cultural y esperanza.
El legado Agustino también se manifiesta en la educación. El Claustro de San Agustín, que hoy forma parte de la Universidad de Cartagena, es un claro ejemplo del compromiso de la orden con la formación académica y la transformación social.
La elección de un papa Agustino revitaliza estos lazos. El carisma de San Agustín —una espiritualidad que se centra en el amor, la introspección y la comunidad— se halla ahora en el corazón mismo de la Iglesia universal. León XIV representa la posibilidad de que ese mensaje de justicia, reflexión y servicio cobre un nuevo impulso, incluso en nuestra ciudad. Es una invitación a acoger una Iglesia que sepa escuchar, acompañar y transformar.