“La verdadera generosidad para con el futuro consiste en entregarlo todo al presente”: Albert Camus.
La falacia de la meta o de la llegada es una idea desarrollada por Tal Ben-Shahar, experto en psicología positiva y liderazgo, para describir una trampa psicológica y existencial relacionada con aquella creencia de que la felicidad y la plenitud están siempre al otro lado de un logro, un título, una meta. El doctor afirma que vivimos atrapados en una promesa silenciosa que nos susurra que, cuando lleguemos a ese lugar anhelado, entonces sí seremos felices. Pero cuando finalmente lo alcanzamos, algo en el interior se desinfla. Nos invade una sensación de vacío, insatisfacción o engaño.
Y es verdad, vivimos apostándole todo al después, creyendo erróneamente que la felicidad llegará al alcanzar cierto resultado, que todo será perfecto cuando alcancemos cierta meta, sea un ascenso, un título, una casa, un viaje, en fin. El problema es que, cuando finalmente lo conseguimos, lejos de sentirnos plenos, nos invade una extraña insatisfacción, como si algo aún faltara, porque estamos acostumbrados a que cada llegada, en lugar de ser un cierre, se convierta en otro punto de partida.
Nos dejamos engañar por los cantos de sirena del ‘futuro mejor’, por eso la inconformidad se vuelve una constante, un estado habitual del ingrato, pero también del ciego, de quien es incapaz de contemplar el presente y poder disfrutar el camino. Nos engaña el anhelo de ‘algo más’ y, sin notarlo, caemos en el autoengaño de la postergación. En ese intermedio, nos atrapa la ansiedad y el vacío. Perdemos la capacidad de respirar con plenitud un día a la vez, o mejor, segundo a segundo.
Nos han entrenado para medir la vida en metas y no en momentos. Para coleccionar logros y no estados de conciencia. Y en esa lógica, se nos escapa el gozo de vivir. Dejamos de reconocer nuestras pequeñas victorias diarias, esas que construyen bienestar real, y olvidamos que los logros auténticos no se conquistan desde la comparación, sino desde el reconocimiento de lo que somos en el proceso, tampoco se miden en cifras, no se gritan, por el contrario, son silenciosos, consistentes y plenos. La verdadera superación personal no ocurre para demostrarle algo al mundo, sino para habitarse mejor a uno mismo. Cada llegada es un nuevo inicio y ser feliz en cualquier momento es una decisión que surge cuando elegimos vivir despiertos, conscientes, agradecidos, sea por lo mucho o por lo poco. Por lo que ya es, no por lo que falta.
La falacia de la meta no va a desaparecer, siempre habrá una promesa allá adelante; pero podemos decidir si seguimos persiguiéndola sin tregua o si empezamos a caminar con sentido. Lo primero desgasta, lo segundo transforma. Porque la vida no es una carrera ni una acumulación, es una experiencia que merece ser vivida con gratitud y no con prisa.