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Columna

En el país de las maravillas

“Supongo que fue por atreverse a señalar con valentía que este país está siendo maltratado. Por gritar, sin miedo, que necesitamos con...”.

DIANA PAOLA NAVARRO

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Iba a escribir sobre comercio, crisis y seguridad. Salí del Congreso Nacional de BASC con inquietudes sobre el aumento del comercio ilegal y con ganas de destacar el esfuerzo de las autoridades. También quería hablar de las oportunidades que surgen en medio de la incertidumbre. Pero algo ocurrió. Algo que sacudió al país entero. Y frente a eso, no sería justo hablar de otra cosa.

Tal vez, después de todo, sí está relacionado. Todavía no conozco las razones exactas del atentado, pero puedo imaginarlas. Supongo que fue por decir las cosas como son. Por atreverse a señalar con valentía que este país está siendo maltratado. Por gritar, sin miedo, que necesitamos con urgencia que ‘cese la horrible noche’.

Como Alicia en el país de las maravillas, Colombia ha caído -quizás más lentamente que otros países vecinos- por una madriguera hacia un mundo donde la lógica está patas arriba. Aquí, el sentido común genera sospechas, y quienes denuncian el caos son tratados como enemigos del sistema.

Nos lideran personajes dignos del sombrerero loco: una mezcla de ideólogos radicales que repiten que todo va bien, mientras el país arde. Reformas desconectadas de la realidad económica, planes sin pies ni cabeza, discursos cargados de eslóganes, pero vacíos de soluciones.

Y está también la Reina de Corazones, símbolo de un poder autoritario disfrazado de discurso popular. Se promete lo imposible, se alimenta la esperanza con palabras bonitas, y cuando todo fracasa, la culpa es siempre de otro. La justicia se convierte en capricho del momento, como también se dijo en el Congreso: en medio del caos populista, prospera el crimen organizado. Las instituciones del Estado se parecen cada vez más al Gato de Cheshire: aparecen y desaparecen, están y no están. Una sonrisa flotante, humo. Son débiles, permeadas por intereses políticos, y ausentes cuando más se las necesita.

Y nosotros, los ciudadanos, somos Alicia. Confundidos, pero con principios firmes. Somos quienes aún creemos en el Estado de Derecho, en la verdad, en la justicia. Observamos cómo las reglas cambian cada día, cómo decir la verdad puede ser visto como una amenaza, cómo se reescribe la realidad al antojo de quienes tienen el poder.

Qué valientes son quienes aún se atreven a hablar con sensatez. Los tildan de exagerados, pero son los únicos que reconocen que esto no es un mal sueño: es un desvío institucional alarmante.

¿Seguiremos cayendo, como Alicia, sin cuestionar la locura que nos rodea? No podemos dejar que la lucha de esos valientes sea en vano. Ojalá despertemos antes de que sea demasiado tarde.

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