Me encantaría tomarme un ‘tinto-hablado’ con Saramago. De familia humilde, distintos oficios antes de dedicarse a su verdadera pasión: la escritura, utilizando estilo narrativo autóctono: frases largas, escasa puntuación e ironía como punta de lanza. José de Sousa Saramago (Azinhaga, Portugal, noviembre 16 de 1922 - Lanzarote, España, junio 18 de 2010), privilegiado entre autores contemporáneos: ‘Ensayo sobre la ceguera’, ‘Evangelio según Jesucristo’, ‘La balsa de Pedro y Caín’ (Premio Nobel de Literatura 1998).
De pensamiento crítico, numerosos seguidores y no pocos enemigos: ‘Ensayo sobre la ceguera’ (1995), obra cumbre, traspasa límites del relato convencional, transformando alegóricamente la frágil condición humana, el caos latente que estalla en cualquier sociedad sin importar tiempo y lugar. Nadie estaba a salvo. Saramago parte de premisa fantasmal, perturbadora, que viene bien en estos momentos de confrontaciones bélicas por todo el mundo: relata la aparición de epidemia inesperada: ‘Ceguera Blanca’, que abruptamente arrebataba capacidad visual a indefensas víctimas, de todas las edades y condiciones sociales, obligando a conminar, brutalmente a los afectados.
En medio del caos surge la esposa del médico como heroína, que preservó su visión reviviendo la esperanza: la mujer como estandarte sin espuelas ni garras. Saramago evita bautizar sus personajes: ‘La mujer del médico’, ‘El profesor’, haciendo de esta historia alegoría universal y, la ceguera, más que discapacidad física, convertida en símbolo de pandemia moral: indiferencia, egoísmos subyacentes, obligándonos a descubrir nuestro lado oscuro. Cuando las normas sociales desaparecen, la literatura involucra a todos, confrontando el lado oscuro de la humanidad; al extinguirse la convivencia respetuosa, emergen virus de egoísmo y tiranías pulverizando democracias, instante propicio para antídotos infalibles como la solidaridad, sacrificio, compasión, rayo de luz en la oscuridad desde la ética y político, elaborando punzantes críticas a los sistemas de poderes, colapsados por la avaricia.
La pandemia de la ceguera se convierte en espejo certero de la frágil especie humana, capaz de lo peor y de lo mejor, advirtiendo que lo de Saramago no es simple novela: previene sobre la necesidad de ver más allá de lo visible, abriendo ojos de almas y conciencias para no convertirnos en cómplices de ‘Ceguera Colectiva’ en un mundo cada vez más indiferente, egoísta. Sin duda, en Colombia, desde el ‘Grito de Independencia’ (julio 20 de 1810) hasta los relampagueantes días de hoy, impregnados de odios e inaceptables desequilibrios sociales, ‘La ceguera’ de Saramago nos proyecta a un futuro incierto, a menos que adoptemos genuinos modelos democráticos, incluyentes, donde lápiz y pupitres prevalezcan sobre componendas económicas e ideologías, mazmorras y oxidadas espadas.
Ojalá Saramago haga un alto en su caminata sideral y se tome un ‘tinto hablado’ con los Padres de la Patria y el inquilino de la Casa de Nariño. ¡Lástima! No hay peores sordos que solo escuchan lo que les conviene, y ciegos absolutos, aquellos que no quieren ver.