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Columna

El cuarto oscuro

“La profundidad de la inmersión en una sala de cine equivale a concentrarse para leer un libro de 300 páginas. Se trata de una capacidad cognitiva que...”.

RICARDO CHICA GELIS

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Desde fines del siglo XIX ver cine es una experiencia inmersiva. Se trata de un grupo de personas encerradas en un cuarto oscuro (una sala de cine, o mejor, el interior de una cámara) que ven imágenes en movimiento proyectadas en una pantalla. En general, vamos al cine para ver la historia de un personaje que sortea obstáculos hasta vencer. Es el mito del héroe, que no sabe que lo es, y cuya redención acaece cuando derrota a los villanos.

Héroes hay en todas las culturas en el devenir de la humanidad. Pasa que sus relatos estaban pensados para hablarse y escucharse, para contarse de una generación a otra. Por su parte, la declamación, la oratoria y el teatro representaron al héroe con actores, poetas o declamadores, oficios que presentaban al público una versión, digamos, animada de tales hazañas heroicas; sin embargo, desde siempre ha habido la aspiración por animar las imágenes y, de esta forma, representar la realidad lo más fielmente posible. Ejemplo de ello son las milenarias sombras chinescas, cuya visualización requiere la proyección en un cuarto oscuro.

Hacia 1905, cuando aparece el Teatro Variedades y el cine se hizo costumbre en Cartagena, la inmersión configuró un pacto de comunicación entre público y pantalla. En esta última aparecieron pistas visuales y sonoras guiadas por un hilo conductor (el mito del héroe, por ejemplo), que se ofrecen para que el espectador le encuentre un sentido. La gente paga una boleta de cine para eso, para encontrarle sentido a una historia que, finalmente, acontece en su cabeza.

Tres tipos se embarcan para la luna y el cohete se vara a mitad de camino ¿Cómo van a regresar a casa? La inmersión va más allá del desenlace de la historia, pues en el cine lo fundamental es la verosimilitud. No basta con que se trate de un desafío casi insuperable, pues la forma de la historia tiene que ser creíble. Son los espectadores quienes atribuyen verosimilitud a los trucajes, a las actuaciones, a las atmósferas en la experiencia de inmersión en el cuarto oscuro.

La profundidad de la inmersión en una sala de cine equivale a concentrarse para leer un libro de 300 páginas. Se trata de una capacidad cognitiva que perdemos por otras relacionadas con las condiciones comunicativas de la inteligencia artificial. El año pasado se realizaron más de 70 películas colombianas, y al mismo tiempo, disminuyó el número de asistentes a salas de cine. Ver una película en un cuarto oscuro requiere de la estrategia cognitiva de “esperar para ver” cómo se desatan los acontecimientos, es decir, se necesita disfrutar de la paciencia. Lo mismo cuando estamos leyendo un libro. Creo que es bueno dejar el celular en la casa y vivir el paso natural del tiempo. O, por lo menos, entrar al cuarto oscuro sin esa diminuta pantalla diabólica.

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