El Espíritu Santo es el gran regalo prometido por Jesús al ascender a los cielos. El día de Pentecostés, los apóstoles estaban orando con María y lo recibieron y comenzaron a actuar y predicar con sabiduría, entendimiento, temor de Dios, consejo, ciencia, piedad y fortaleza. Nosotros también lo recibimos desde el bautismo, y su acción se actualiza en nosotros a través de los sacramentos, en nuestra vida de oración y cada vez que abrimos el corazón al amor de Dios y lo compartimos generosamente con los demás.
El Espíritu Santo nos abre el entendimiento a las cosas de Dios y nos ayuda, en medio de las realidades del mundo, a buscar y trabajar por las realidades eternas. Nos hace conscientes de nuestra filiación divina. El Espíritu de Dios nos llama a grandes cosas y a reconocer que somos hijos amados del Padre, creados a su imagen y semejanza.
Él nos ayuda a comprender las Sagradas Escrituras como verdadera Palabra de Dios, que escudriña nuestros corazones e inspira a vivir conforme a la verdad y la justicia, con fidelidad a los mandamientos. Así, no perdemos la vida de gracia, que valoramos como el tesoro más preciado.
La Virgen María fue fecundada por el Espíritu Santo y vivió siempre llena de su gracia. Dios la preservó del pecado por los méritos de su hijo Jesucristo, y ella correspondió viviendo en constante amistad con el Espíritu. Todo lo meditaba en oración, en su corazón. Por eso es la más bienaventurada, la más dichosa: porque siempre ha estado llena de Dios.
A través de sus múltiples advocaciones alrededor del mundo, María sigue invitándonos a dejar que el Espíritu Santo fecunde nuestros corazones. Jesús nos dice: “El que tenga sed, venga a mí y beba”. Como dice la Escritura: “De sus entrañas brotarán ríos de agua viva”. Así podremos vivir con frutos de caridad, gozo, paz, mansedumbre, longanimidad, paciencia, bondad, benignidad, fidelidad, continencia y castidad.
El Papa León XIV nos invita con su lema agustiniano a que todos seamos uno en Cristo Jesús; esto solo lo lograremos si nos dejamos ayudar del Espíritu Santo. Él nos inspira a buscar la unidad en la diversidad, y a poner amor en todas las circunstancias de la vida como fuerza sanadora, reparadora y transformadora.
Ven, Espíritu Santo, manda tu luz desde el cielo… Envía tu espíritu, Señor, y renueva la faz de la Tierra. Busquemos a Dios en la oración, en la meditación de su palabra, en los sacramentos y seremos instrumentos suyos para que el Espíritu Santo realice su obra en nosotros. Que vivamos un verdadero Pentecostés llenos del amor del Espíritu de Dios, y nos convirtamos en instrumentos de renovación para el mundo.
Hch 2, 1-11; Sal 103; 1 Cor 12, 3b-7.12-13; Jn 20, 19-23; Jn 7, 37-38.
**Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.