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Columna

Una era post-populista

“Los partidos no solo se han desideologizado, adicionalmente se han transformado en microempresas electorales...”.

Yezid Carrillo De La Rosa

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Es sorprendente el papel cada vez más irrelevante que cumplen los partidos políticos en nuestra democracia, pues en teoría deberían ser los intermediarios entre la ciudadanía, el gobierno y el Estado, pero lo que se observa es que la mayoría de los aspirantes para el 2026 están registrando sus candidaturas independientemente de los partidos políticos, que -dicho sea de paso- ya no eligen, sino que esperan ser elegidos por un candidato presidencial.

Lo anterior se explica porque paulatinamente los partidos no solo se han desideologizado, adicionalmente se han transformado en microempresas electorales que se organizan en torno a ciertos propósitos (a veces legítimos y a veces inmorales) o precisos intereses individuales o colectivos, casi siempre coyunturales, lo cual no es sano para una democracia, por dos razones: primero, porque impide la consolidación de proyectos a largo plazo, y segundo, porque promueve el “personalismo político” que produce demagogos, falsos mesías y el peor de todos: el líder populista-autoritario que casi siempre termina abusando de su poder y oprimiendo al pueblo que prometió liberar.

Como lo he señalado reiteradamente en este espacio de opinión, el populismo es una retórica poderosa y una estética socialmente seductora que se renueva cíclicamente, por ello, debemos distinguir entre un viejo populismo, que no representaba una amenaza para la democracia y que respondía más bien a la espontaneidad de algunos lideres carismáticos que tenían el loable propósito de mejorar las condiciones de vida del “pueblo” (Ej. Gaitán), de los nuevos populismos, que ni son espontáneos ni buscan ampliar la base de derechos ni les interesa mejorar la democracia, sino socavarla. De manera que, si en el siglo pasado eran las dictaduras militares la gran amenaza para las democracias, hoy lo es el populismo autoritario.

El populismo actual se caracteriza por que identifica un “nosotros” (pueblo), que es víctima; un “ellos” (enemigo), que es el verdugo y que puede ser encarnado por la oligarquía, los empresarios, los criminales o los inmigrantes; finalmente, un “yo” (líder populista) que interpreta y representa el sentir y el pensar del pueblo, y que parece poseer atributos casi divinos (infalible, omnisciente y omnipotente). Pero no nos equivoquemos, este neopopulismo no es ni de izquierda ni de derecha, es principalmente una estrategia para obtener, ejercer y perpetuarse en el poder. Su lógica es sencilla: primero, crea una ficción popular (pueblo) que se opone a una “elite” (política, económica y judicial), segundo, desafía al “establishment”, a sus instituciones y al “statu quo”, tercero, aboga por una democracia radical, plesbicitaria o callejera y, por último, transforma la democracia liberal en un régimen autocrático como pasó en Venezuela, por ello, el 2026 será la oportunidad para que quienes defendemos las instituciones democráticas, le demos el entierro de quinta que se merece el populismo autoritario.

*Profesor universitario.

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