“Solo a fuerza de favores se conquista a los espíritus mezquinos; a los corazones generosos se les gana con el afecto”: Jenofonte.
El cachetero es un personaje que aparece justo cuando hay fiesta, comida o cerveza gratis, pero nunca pone un peso. La figura es tan común que la Real Academia Española ya incluyó el término en su diccionario, definiéndolo como “persona que se aprovecha de los demás, aficionado a vivir de cachete”. En otras palabras, este simboliza esa relación utilitarista en la que alguien se arrima al otro solo para obtener beneficios materiales sin intención de reciprocidad.
Por lo general, se les ve como descarados y hasta malévolos, se les tilda de cara dura, abusivos sociales, por eso son vilipendiados, al fin y al cabo, nadie quiere sentirse utilizado. En otros contextos son el alma de la fiesta, sirven el trago, ayudan en todo, incluso les toca reírse de todos los chistes por flojos que sean. Sin embargo, esta visión simplista del mero oportunista no cuenta la historia completa.
Detrás del que vive ‘de gorra’ puede haber algo más que un simple caradura, pues no todos nacen de la picardía; algunos vienen de la necesidad. Hay quienes aceptan lo que les ofrecen porque quizá sea la única forma de probar un poco de bienestar ese día. En contextos de pobreza extrema, aceptar una invitación, por interés que parezca, puede ser cuestión de supervivencia.
Y es así como muchos cacheteros surgen de esta realidad implacable. Su ‘viveza’ no es más que la otra cara de la pobreza. Por eso esta dinámica social no debe juzgarse a la ligera y no se trata de pintar de santos a los aprovechados profesionales, sino de entender que no todos los que piden o se pegan lo hacen por malicia; ya que muchas veces la desigualdad obliga a algunos a vivir de otros, y en ciertos entornos esa realidad se ha normalizado.
En el tema vallenato ‘El Mundo’, interpretado por Diomedes Díaz, se resume esta dualidad con sabiduría popular: “...si en el mundo todos fuéramos pobrecitos, tampoco serviría; por eso el mundo, para ser mundo, tiene que haber de todo un poquito, se necesita el acomodado, se necesita el pobre y el rico”. La cultura popular reconoce que en la vida real conviven el que da y el que recibe, y esa diversidad forma parte de la vida y, nos guste o no, se ha vuelto paisaje en nuestra sociedad.
En definitiva, cacheteros habrá siempre, pero podemos seguir señalando al que nunca paga la ronda o preguntarnos qué hay detrás de esa conducta. Tal vez descubramos que muchos no lo hacen por gusto, sino porque vivimos en un mundo desigual. Mientras tanto, un poco de empatía y menos prejuicio no nos vendría mal a la hora de compartir, con quien llega sin nada más, a fin de cuentas, en la dinámica social todos fuimos, o quizá somos, potenciales cacheteros. Mejor dicho, quién esté libre de cachete que tire la primera crítica.