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Columna

Make Cat’tagena Great Again

“Tanto bombo y lucecitas para tan exiguas condiciones culturales solo convencen al artista de no ser bienvenido en Cartagena...”.

Francisco Lequerica

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En el último cumpleaños de la ciudad, el IPCC me obsequió un pedazo de cartón “en reconocimiento a [mi] excepcional trayectoria e invaluable aporte a la pluralidad cultural y legado en la música del Caribe colombiano y el sonido cartagenero”. Fui a recogerlo a una cancha en Las Gaviotas, con los demás homenajeados y un puñado de vecinos por únicos testigos, sin fotos ni mención institucional. Ese día, en el estadio Jaime Morón, cientos de jóvenes tocaron mis arreglos de los himnos distrital y nacional con el uso dinámico del espacio sugerido en esta columna, pero no recibí crédito como autor del trabajo; tampoco se divulgó mi autoría de uno de los arreglos sinfónicos que sonó esa noche en los eventos oficiales frente a la Torre del Reloj.

Quizá me dejé llevar por los trinos del burgomaestre declarándome su “respeto y admiración” cuando andaba en campaña, o por su directora del IPCC que tantos elogios derramó a conveniencia sobre mi obra; pero no tardé en sentir los baldazos de agua fría, entendiendo que la idea era de “Make Cat’tagena Great Again” a punta de fútbol, fritos, renders por IA y populismo de redes sociales. No habría modo de formular un ethos reluciente, forjando un teatro musical cartagenero como herramienta social y estética, ni de siquiera sentarse a sopesar otras propuestas, ya que el vale se apoyaría en la chabacanería del pueblo, abanicándolo en su precaria identidad festiva y cosmética para subir en encuestas. Al final, tanto bombo y lucecitas para tan exiguas condiciones culturales solo convencen al artista de no ser bienvenido en Cartagena.

Parece que algunos comentaristas participan con sospechosa facilidad en el pomposo andamiaje que sostiene el simulacro: se lanzan retóricas exageradas que rayan en la delusión y en la grandilocuencia, y donde no es posible entrever objetividad ni pensamiento crítico alguno, más aún en virtud de la notable desidia que azota al distrito. No cabe intención derrotista en quien escribe, de cuyos muchos proyectos da fe este mismo espacio, pero desde el exilio me resultan indigestas ciertas posturas y cada vez menos probable que se arroje luz sobre las difamaciones, cancelaciones y demás flagelos que la ínclita ciudad ha tenido a bien brindarle a mi experiencia.

Destacando y agradeciendo la tribuna libre de censura que cada semana me otorga El Universal, declaro solemnemente que no devolveré los golpes encajados, sino que seguiré pariendo el patrimonio inmaterial de Cartagena a como dé lugar. No me asombra la persistencia del bloqueo padecido, pero sí la inacción de quienes me leen y afirman necesitar mis habilidades. Este 1 de junio, no aspiro a homenajes ni OPS de consuelo, pero sí a una misión remunerada por encima de inquinas personales, a la altura de lo emprendido y de lo escrito en ese cartón.

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