Hace unos días encontré entre las columnas de opinión publicadas en este diario un hermoso texto escrito por Ensuncho De la Bárcena en el que narraba la bienvenida dada por él y otros amigos al buque Juan Sebastián de Elcano en Cartagena de Indias. El bergantín, con casi cien años de vida, se encuentra dando la vuelta al mundo en el crucero con el que cada año culminan su formación los futuros oficiales de la Armada Española, siendo este año especial por encontrarse entre ellos la princesa de Asturias, la que será futura Reina Leonor.
Este hermoso velero, nombrado en honor del primer marino que dio la vuelta al mundo allá por el siglo XVI, hijo de la villa de Guetaria, vascuence barbado, simboliza en sus viajes anuales a América el espíritu de hermandad que muchos españoles y aún más americanos conservamos. Han pasado ya doscientos años desde que nuestra familia secular se rompió dando lugar a una monarquía europea y multitud de repúblicas americanas, pero aún nos une una misma lengua, una misma cultura y unas mismas tradiciones. ¡Qué parecidos somos cuando nos miramos con ojos honestos y mente sincera! Tanto que es imposible no darse cuenta de que no somos más que un mismo pueblo separado por un océano. Una misma sangre repartida en dos continentes que no es europea, que no es americana, sino que es hispana, nuestra verdadera naturaleza, aquella que contra viento y marea se mantiene viva en nuestros corazones.
Un colombiano no puede ser extranjero en España y un español no puede serlo en Colombia. No somos como ingleses y franceses con sus antiguas colonias. Nosotros nunca fuimos así. Nosotros éramos un mismo pueblo como así lo prueba el colombiano de Popayán que fue Regente del Reino cuando Napoleón secuestró a los reyes o el artículo de la Constitución de 1812 que hablaba de españoles de ambos hemisferios y daba idéntico derecho al voto a cartageneros y a madrileños. ¿O es que no fueron tan colombianos como españoles José Celestino Mutis o Blas de Lezo? Las familias pueden discutir y hasta pueden romperse, pero la sangre es la sangre y la sangre nunca desaparece. Somos un mismo ser en busca de recordarse a sí mismo y, por ello, acciones de hermandad como la narrada por De la Bárcena dan esperanza a aquellos que aún confiamos en un futuro en el que, desde el respeto y el mutuo reconocimiento, nos unamos más los hermanos de ambas orillas y nos demos cuenta del tesoro que es nuestra historia común.