Con todo esto de la elección del nuevo Papa viví una terrible pesadilla. Ocurrió cuando soñé que el pueblo elegía 171 miembros de un nuevo congreso unicameral para Colombia. No eran, los personajes, cualesquiera. Quienes eran elegidos por el pueblo no eran ni menores de 35 años ni mayores de 65 años. Todos debieron demostrar 5 años de experiencia en la empresa privada y otros tantos en cargos públicos con impecable desempeño. Al menos no involucrados en escándalos ni investigaciones. Todos habían terminado una carrera universitaria similar a Derecho Público, Gerencia, Relaciones Internacionales, Sicología, Humanidades, o Historia. No había ninguna otra restricción ni de raza, sexo, o religión, pero ninguno podía hacer referencia a la manera de cómo, en su vida personal, interpretaba su sexualidad. Solo podían aspirar a estar en ese cargo un máximo de 8 años continuos. Una vez instalado el nuevo Congreso, los parlamentarios debían elegir un nuevo presidente de la república, para lo cual invitaban a un grupo de hasta 50 representantes de la sociedad. Entre esos, se llamaron a presidentes de agremiaciones, sindicatos y asociaciones, a representantes de alcaldías y gobernadores regionales, cámaras de comercio, grupos minoritarios de interés, representantes de grupos religiosos y étnicos, destacados líderes sociales y del periodismo nacional, todos los cuales debían demostrar al menos 10 años de experiencia en sus respectivos cargos.
Así, el grupo final que elegiría al presidente, no era de 50 millones de personas confundidas, amenazadas, engañadas, robadas, presas de rampantes injusticias, enrumbadas ni vendidas, sino que era este grupo de 221 selectos personajes de alta preparación, y esperanzadoramente con menor riesgo a corromperse o corromper.
Encerrados y en total hermetismo hacia el mundo exterior, los representantes, en este raro sueño, podían conversar, discutir, asociarse entre ellos durante 7 días continuos, en los que también se agendaban momentos no muy extensos para exponer posiciones, programas de gobierno, explicar conveniencias, o contradecir ventajas de unos u otros candidatos. Los 50 invitados no podían candidatizarse, solo tenían derecho al voto. Después del séptimo día se encerraban al mejor estilo del Cónclave y comenzaban a votar en secreto. Al final un conteo digital y manual verificaba el resultado. El candidato que obtuviera el 65% de votos sería el nuevo presidente.
La pesadilla vino después. Cuando me desperté y atestigüé el desastre de democracia que hemos construido por aquello de “del pueblo para el pueblo”, que en Colombia ha justificado todo tipo de gobernantes. Y ahí seguimos. Tanto se dio la democracia de sí misma que se perdió entre sus propios ilimitados poderes.