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Columna

Haz esto y vivirás

“Puede que su mejor modo de protegerse del odio sea disociándose de la política, que es lo propio de toda religión...”.

Francisco Lequerica

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Si se va a hablar del estado moderno de Israel, es preciso enfundarse guantes que sean de seda, pues usar cualquier otra tela podría suscitar acusaciones de pugilismo. Por nacer el sionismo en reacción al antisemitismo europeo y afianzarse este al recrudecerse aquel, cae en la arriesgada confluencia de política y religión: dos potentes motores sociales que muchos estados modernos han procurado mantener separados. Fusionados y torcidos cruelmente por el fascismo los conceptos de etnia, nación, religión y estado, a la par con la meticulosa y muy pública delimitación vigente de lo que constituye o no un acto de judeofobia, el margen agible de críticas al estado de Israel y a su desenvolvimiento diplomático y militar, resulta estrecho en exceso. Todo juicio emitido deberá medirse por obligación a los marcadores éticos establecidos desde el genocidio nazi y prevalerse de ciertas concesiones explícitas, para guarecerse del repudio y la deshonra.

Ante los insólitos horrores de la Shoah, la humanidad ansió compensar la revelación de su semblante más infame nutriendo una utopía: de la “Kollektivschuld” (‘culpa colectiva’) evocada por Jung en 1945, surgió un proyecto geopolítico supranacional diseñado para mantener la paz mundial y encarnado en entidades como la ONU o la Unión Europea, que hoy se desmoronan con su cianotipo. Estas instituciones demuestran día a día su obsolescencia, sin cumplir su misión de contener las guerras, someter a los tiranos y auxiliar a las víctimas. Las imputaciones israelíes de antisemitismo a las críticas de entes internacionales, gobiernos y observadores de toda índole son humo y espejos para desconocer responsabilidades en crímenes de guerra ampliamente desproporcionados frente a la amenaza que se pretende neutralizar.

Ya que las normas custodian un monopolio de la legitimidad martirial y restringen el cotejo de férulas coetáneas con las pretéritas, así salte a la vista en las propias cifras del encarnizamiento, lo mínimo que se pueda afirmar sin exponerse al oprobio y la luz de gas es que Theodor Herzl concretó el sionismo marcando el calendario hebreo ya más de 56 siglos, y que la idea no tuvo arraigo entre judíos europeos hasta que sus condiciones de vida se volvieron insostenibles. No son requisito la atroz aversión al judaísmo ni la adhesión a los aberrantes preceptos de la sharía, para condenar lo que Israel le inflige hoy a los palestinos. En la Parábola del Buen Samaritano, Cristo revoluciona la noción judía del amor al prójimo (Prov 17:17), promoviendo la audaz misericordia (Lc 10:37) para amar al enemigo (Mt 5:44). Desprovisto el judaísmo de guías mesiánicas y plagiado por exaltados, puede que su mejor modo de protegerse del odio sea disociándose de la política, que es lo propio de toda religión en un estado moderno.

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