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Columna

Transcaribe se varó

“Ante esta inyección de esperanza a la movilidad de los cartageneros, el siguiente paso es anticiparse a posibles adversidades técnicas y sostener una cultura de mantenimiento que invite a reducir la probabilidad de que sigamos diciendo una…”.

LUIS CARLOS DÍAZ

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No me queda duda alguna de que, desde su inicio, Transcaribe asumió un rol clave para la movilidad de los cartageneros. Sin embargo, aquella anhelada puesta en marcha en 2016 se ha venido opacando por múltiples problemas que aquejan al sistema casi a diario.

El traspié que más sufren los usuarios de este sistema integrado de transporte público masivo (SITPM) salta a la vista fácilmente: buses y articulados con fallas técnicas que impiden su funcionamiento, varados en la mitad de la calle, generando embotellamientos vehiculares y ocasionando retrasos y contratiempos a los pasajeros. Es cierto que cualquier vehículo podría presentar fallas eléctricas o mecánicas en algún momento de su operación, pero con los buses de Transcaribe esto sucede con frecuencia mucho mayor a la que esperaríamos.

¿Cuáles son las causas que explican esta situación? ¿Falta de mantenimientos preventivos hechos a tiempo? ¿Recursos insuficientes para dichos mantenimientos? ¿Baja calidad de las piezas y componentes usados en la reparación de los vehículos?

“El Transcaribe en el que venía se varó”, ya está empezando a formar parte del argot en la ciudad y a ser una anécdota recurrente de los cartageneros. Se suma, lamentablemente, a otros problemas más: goteras incontenibles dentro de los buses cuando llueve y aires acondicionados averiados, por no hablar de las externalidades sobre la malla vial. Como resultado, la calidad del servicio ofrecido no satisface completamente las necesidades de los usuarios y aquellos beneficios a la movilidad de la ciudad empiezan a ser eclipsados.

Algo de ilusión se genera con la llegada de 50 nuevos buses a la flota del SITPM. Esta inversión hecha por la Alcaldía Mayor de la ciudad promete generar 20.000 validaciones adicionales por día, lo que se traduce en un ingreso cercano a COP $60’000.000 diarios (o, su equivalente, COP $18.000 millones anuales), elevar la frecuencia de tránsito (lo que reduce tiempos de espera), ampliar la cobertura en la ciudad, y algunos beneficios más. Estos nuevos buses son impulsados por gas natural vehicular (GNV), así que también se espera menor emisión de gases contaminantes a la atmósfera y, con ello, una reducción de la huella de carbono generada.

Ante esta inyección de esperanza a la movilidad de los cartageneros, el siguiente paso es anticiparse a posibles adversidades técnicas y sostener una cultura de mantenimiento que invite a reducir la probabilidad de que sigamos diciendo una y otra vez que “Transcaribe se varó”. Con una movilidad caracterizada por escasas alternativas, como sucede en Cartagena, los ciudadanos no deberían depender de buses en malas condiciones.

Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la UTB ni a sus directivos.

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