El Papa Francisco, Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, quien partió a la casa del Señor en abril pasado, planteó durante su apostolado valiosas enseñanzas de vida, tanto para creyentes como para quienes no lo son. Una de sus exhortaciones más recordadas se refiere a la búsqueda de la felicidad. Afirmaba el Papa que la verdadera felicidad proviene de amar y dejarse amar, y que no es posible alcanzarla desde el encierro egoísta, la indiferencia o el desprecio hacia los demás.
Lejos de referirse a las posesiones de bienes materiales, la felicidad se asocia a una vida con sentido, en coherencia con el amor, la gratitud, el perdón y la capacidad de compartir. Ser feliz no es poseer. Los vacíos existenciales no se rellenan con bienes materiales, sino con experiencias significativas, valorando lo simple y lo cotidiano. La verdadera felicidad, más que buscarla en lo extraordinario, se cultiva en los actos sencillos del día a día.
A propósito del interés del ser humano por cuantificarlo todo, recientemente se socializó el ranking anual de los países más felices del mundo, liderado nuevamente por las naciones nórdicas. El informe Mundial de la Felicidad 2025 centró su análisis en el valor del cuidado y la capacidad de compartir como factores determinantes de la felicidad. Sus conclusiones resultan especialmente poderosas, en un contexto de crisis global, donde repensar nuestras prioridades humanas y sociales se vuelve más significativo que nunca.
La reflexión sobre la felicidad y las rutas para alcanzarla se enlaza con preocupaciones actuales como el creciente pesimismo frente a la bondad humana, los efectos adversos de la soledad y la relevancia de las relaciones sociales. Ganan protagonismo las acciones prosociales -donar o participar en voluntariados- como estrategias de bienestar colectivo y contribución a la felicidad de quien aporta y quien es beneficiado.
El informe destaca que las experiencias subjetivas como la satisfacción con la vida y la confianza, desempeñan un papel determinante en la formación de valores y comportamientos electorales que influyen más que las ideologías tradicionales y las luchas de clases. En este sentido, ser feliz y alcanzar niveles de bienestar emocional puede contribuir a reducir la adhesión a discursos populistas e ideologías extremistas, favoreciendo una convivencia pacífica y orientada al bienestar común.
Así pues, aunque las ocupaciones cotidianas, el ritmo acelerado de la vida y la búsqueda del éxito suelen conducirnos a estados de tensión que nos alejan de la felicidad, vale la pena recordar que esta no se encuentra en lo grandioso, sino en la capacidad de agradecer por lo simple y construir relaciones significativas, acciones que enriquecen la experiencia de vivir y actúan como antídoto frente a los efectos tóxicos del estrés contemporáneo.