“Quise cambiar el mundo, no lo pude hacer, pude arreglar una vereda”Pepe Mujica.
José Mujica fue granjero, guerrillero, prisionero (durante 14 años), presidente de Uruguay y dueño de un Volkswagen escarabajo modelo 1987, que lo acompañó a lo largo de su vida, y por el cual un jeque árabe ofreció 1’000.000 de dólares, oferta que obviamente declinó. Un hombre de izquierda. Inmensamente admirado por seguidores y contradictores, precisamente porque más allá de las diferencias, fue siempre un símbolo de unidad, de transparencia y de coherencia tanto para los uruguayos, como para los latinoamericanos. Quizás por eso la mayoría de los periódicos en la región lo tuvieron en sus portadas o hicieron alusión a su muerte. El legado de Mujica es inconmensurable, sin embargo, quisiera resaltar las siguientes tres cosas.
Primero, la despersonalización que hizo de la política. Mujica, contrario a lo que sucede con otros presidentes de izquierda -que incluso se autorreconocen como sus discípulos-, jamás promovió un culto a su personalidad, a pesar de la enorme popularidad y admiración de la que gozaba dentro y fuera de su país. Tampoco se aferró al poder, ni permitió o se le pasó por su mente promover su reelección, con la cual siempre estuvo abiertamente en desacuerdo; quizás por eso, cuando le preguntaron cómo quería que se le llamara..., ¿Presidente o ‘Pepe’?, no lo dudó ni un instante: “Pepe”, respondió.
Segundo, su coherencia ideológica. Mujica fue un hombre que vivió como predicó. Abandonó las armas y nunca más volvió a hacer apología de la violencia ni romantizó su pasado. Defendió siempre la opción por los pobres y a diferencia de casi todos los líderes de izquierda latinoamericanos, quienes una vez en el poder se vuelven arrogantes, derrochones y viajeros, ejerció la presidencia y, posteriormente, vivió con sencillez y austeridad, tanto es así que donaba, dicen, el 80% de su salario a los más necesitados y vivía con lo que podía en su vieja casa de campo; por ello, cuando le inquirieron por su forma de vida sostuvo: “Dicen que soy un presidente pobre. Pobres son los que precisan mucho”.
Finalmente, debe resaltarse su sentido desparpajado para hablar de las cosas más trascendentales; como aquella vez que le preguntaron si creía en Dios, a lo que respondió sin asomo de dudas, que no creía, que creía que venimos de la nada y hacia la nada íbamos, que la vida era más bien la aventura de la molécula, sin embargo, acotó al final, sin desenfado: “Ojalá me equivoque y ojalá que exista un más allá”.
‘Pepe’ Mujica, al igual que el personaje antillano Jeremiah de Saint-Amour, de la novela ‘El amor en los tiempos de cólera”, pudiera quizás ser ubicado en esa extraña categoría garciamarquiana de los ‘santos ateos’.