Cuando analizo las dinámicas del poder, concluyo que muy difícilmente el mundo cambiará. De joven, odiaba cuando alguien interrumpía la exposición de un sueño para decir “pobre ilusa” y hoy, siento que soy yo la pesimista que arruina la ilusión.
Mujica decía que la única lucha real era la de la pobreza (desigualdad), él lo decía para ponerlo en términos simples, porque, ¿dónde y entre quienes está la mayor pobreza? No seré redundante frente a la imagen que pensaste.
Las cosas entonces no van a cambiar mucho, por lo menos no tan rápido; hemos avanzado, sí, las mujeres de mi generación, e inclusive, la de la generación de mi madre, tenemos opciones que nuestras abuelas no, pero independientemente de ello, la ecuación es que, seguir abajo, perdurará por mucho más tiempo. Al poder no le interesa que cambien muchas cosas, a ningún poder. Y entre mecanismos un poco más ‘democráticos’ mantienen su statu quo con artilugios sorprendentes.
Con la partida de un hombre de la estatura de Pepe, me llegan muchas reflexiones y una de ellas es que, si bien no podré cambiar el mundo, tengo que llevar mis convicciones a la praxis, desde el yo y sin ninguna otra pretensión.
En una reciente entrevista que le hizo El País a la escritora colombiana Laura Restrepo, ella dijo: “¿Vamos a cerrar los ojos porque es incómodo mencionarlo? Si nos acostumbramos a esto, nos acostumbramos a cualquier cosa. Vamos a pasar como la generación que cerró los ojos ante el genocidio”, refiriéndose a lo que sucede en Gaza. Realmente no sé cómo continúa la vida frente a un acto de barbarie. Cómo nuestra rutina no se ha detenido mientras exterminan a ese pueblo, o no más, aquí a la vuelta de la esquina, matan a alguien y ya, no pasa nada. Yo me siento mal, me duele profundamente el cuerpo. Yo sé que eso no es nada, no resuelve nada y a nadie le importa. Me pregunto qué puedo hacer, y no encuentro una respuesta más que seguir escribiendo a ver si un día me duele menos y se me ocurre algo mejor. No tengo ningún poder para gritar un poco más fuerte y que alguien allá afuera nos escuche y pare. No somos nadie, pero como “nadies”, tenemos que tratar de vivir entendiendo que la vida es corta y es la única oportunidad que tenemos para experimentar lo que nos trae, por tanto, tenemos que vivirla de la forma más consciente posible.
Pensé en otra muerte, en la de Francisco, el papa, o Jorge Bergoglio, el hombre, y leí la crítica que le hizo Martín Caparrós esta semana en El País. Desde el punto de vista de la lógica simple, no tiene falla su postura, pero complejizando un poco, sí creo que muchos hombres buenos e inteligentes no están destinados a solo gritar desde el rincón donde nadie los escucha, tienen que intentar entrar a los sistemas fallidos e infestarlos con un virus que consideren ‘cura’, cual vacuna. Es más efectivo el contrapoder desde adentro. No hay que entrar en lucha con el opresor, es tan poderoso, que quizá solo se consiga morir.
Soy incapaz de meter la mano en fuego por la bondad de alguna figura pública, pero sí puedo seguir dejándome inspirar por ideas que se alinean a mis convicciones, y detrás de ellas, esforzarme por la coherencia, para que, como efecto secundario, inspire a quien tenga cerca. El filósofo José Antonio Marina, en las mismas páginas de El País, la misma semana, escribió ‘La vacuna de la insensatez’ y dijo: “Los seres humanos tenemos dos grandes herramientas intelectuales: el pensamiento crítico y la bondad, máxima creación de la inteligencia”. Así que, sigamos estudiando mucho, para crear, amar la vida e inspirar en lo que sea bueno.