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Columna

Mayo 16, Día Internacional de la Tauromaquia

Los seres humanos amamos la libertad y por ello creamos hace siglos el Estado de Derecho, para honrar la racionalidad y no para la arbitrariedad o el fanatismo.

LUIS EDUARDO BROCHET PINEDA

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El 16 de mayo de 1920, José Gómez Ortega, Joselito, Gallito, Rey de los Toreros, caía herido de muerte en Talavera de la Reina, España, por el toro Bailaor, del hierro de la Viuda de Ortega. Gallito, quien apenas cumplía 25 años días antes de su muerte, era toda una leyenda y había marcado una época revolucionaria y evolucionista en la tauromaquia de entonces. Tanto que aún, 105 años después de aquella tragedia, su desaparición abrupta de los ruedos se considera un antes y un después.

A raíz de que las celebraciones del centenario de su muerte se truncaron debido a la pandemia del covid – 19 que encerró al mundo por meses, en los ocho países taurinos y bajo el liderazgo de muchas organizaciones de aficionados, de la Fundación del Toro De Lidia, de cientos de peñas taurinas, periodistas y escritores, se escogió esta fecha del 16 de mayo para celebrar un arte milenario que ha sobrevivido desde la era de las mitologías grecorromanas; que nos identifica a los hispanos y que permea todos los valores de la vida en una danza hermosa entre la bestia indómita y la inteligencia humana: la tauromaquia o el arte de lidiar toros, como bien lo define la RAE.

Esa fecha nos recordará que muy a pesar de los abusadores prohibicionistas, que a pesar de los gobernantes pasajeros con aires de superioridad mesiánica, a quienes les molesta reconocer la democracia y la cultura occidental; que muy a pesar de la ignorancia de los políticos que desconocen la identidad y la alegría de los pueblos, sus tradiciones e historia, pero que aplauden y sublimizan las muertes en el vientre, las drogas y la violencia de todo género; a pesar de todo ello, la tauromaquia como expresión humana de verdad y pureza, les sobrevivirá, como ha sobrevivido a bulas papales, reyes, parlamentos y guerras de ocupación.

La razón de lo anterior: los seres humanos amamos la libertad y por ello creamos hace siglos el Estado de Derecho, para honrar la racionalidad y no para la arbitrariedad o el fanatismo.

Y luego no queremos de nuevo escuchar a los falsos animalistas ni a los legos ecologistas vociferando que la tauromaquia es tortura, maltrato animal o espectáculos de “asesinos y de sangre”. Estos fanáticos de una secta extraña que se alimenta, además de jugosas subvenciones pro veganas, de resentimiento y odios profundos, no ha podido entender que la prohibición de las corridas de toros y la desaparición de las dehesas ganaderas, donde estos bellos animales se crían durante cuatro o cinco años antes de su lidia, conllevará, indefectiblemente, a la extinción de la especie.

Gracias a los ganaderos de toros bravos - unos 500 hatos ganaderos entre los ocho países taurinos del planeta - el toro de lidia existe y se ha perfeccionado por siglos, conservando su naturaleza brava, trapío y hechuras, para hacer del actual ritual taurino una expresión de arte único, efímero y mortal.

Esto es, en una tarde de toros, la inteligencia y la técnica del hombre, no siempre está por encima de la fuerza bruta del bovino; y es a raíz de esta verdad abierta y honesta, dónde el torero puede perder la vida o el toro ofrendar su genética.

De tal suerte que un animal tan poderoso y único como el toro bravo rinde tributo en franca lucha por su vida en los 20 minutos de la lidia, a diferencia de los millones de porcinos o bovinos de leche y carne, que son degollados diariamente sin dignidad, consideración ni respeto, en los oscuros y húmedos socavones de los mataderos, a escondidas de aquellos fanáticos de la vida cómoda que se matriculan de “defensores de los animales” porque crían a un perrito faldero en sus apartamentos o duermen con un gatito empolvado entre las sábanas.

El toro de lidia no es una mascota; es una fiera que acomete a todo y, literalmente, puede partirte en dos... como ha ocurrido.

Con la hipotética desaparición de la especie del toro de lidia, desaparecería la centenaria arquitectura mudéjar de las plazas de toros, la música vernácula del flamengo, la sevillana, el fandanguillo, la zarzuela y el pasodoble; la literatura de Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, José Saramago, Vargas Llosa y García Marquez; se volatilizaría la poesía de Rafael Alberti, Federico García Lorca y Miguel Hernández; la pintura de Francisco de Goya y Lucientes, Pablo Picasso y Fernando Botero, etc.

En resumen, un disparatado absurdo cultural.

Y hablando de cultura, en la Constitución política de Colombia no existe - ni tampoco existe en ninguna constitución de un país democrático - de que el ciudadano delegue en el legislador la definición y la disposición de lo que ese ciudadano y el pueblo soberano consideren y se apropien como cultura; de conformidad con la historia, las creencias, tradiciones y prácticas costumbristas. En ese orden de ideas, si algún legislador, por prejuicio o ignorancia, no le gusta o no entiende la fiesta taurina, no tiene legitimidad alguna de prohibirla contrariando el querer popular y su legado.

Mañana, estos aprendices de sátrapas prohibirán la ópera, las capeas, las corralejas, las riñas de gallo, el coleo, el béisbol, la equitación, la cumbia, la butifarra o el sancocho de pescado porque se “sacrifica al róbalo”; es decir, convertirán sus oscuros deseos en normas tiránicas: un atentado a las libertades y a los derechos fundamentales.

Independiente al vergonzoso arresto de los corruptos presidentes de Senado y Cámara de Colombia (¿Estas coimas “aceitaron” la expedición de la ley 2385 de 2024?), hay que recordarle a la Corte Constitucional - si aún se mantiene indemne - que este país es un Estado asociado y firmante del tratado internacional sobre protección y promoción de la diversidad cultural de la UNESCO, siendo ratificado por el legislador, como se anota:

Adherimos, constituyendo un precedente constitucional superior, a La Convención sobre la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones culturales, de la UNESCO, París, octubre de 2005, debidamente ratificada y reglamentada por la Ley 1516 de 2012.

Lo anterior ha de bastar para salvaguardar la tauromaquia como expresión cultural de Colombia, blindando toda injerencia destructiva de gobiernos “progresistas” anacrónicos, ignorantes y abusivos.

De momento, en estos difíciles días por los que atraviesa la tauromaquia en nuestro país y Latinoamérica, solo nos queda brindar por un pronto, esperanzador y firme regreso triunfal de la fiesta, este 16 de mayo. La celebración cobra sentido y nos alegra, cuando vemos que se cuelgan carteles de “No hay billetes” en Lima, Latacunga, Mérida, Puente Piedra, Manizales, Aguascalientes, Arles, Nimes, San Agustín de Guadalix, Sevilla o Madrid, y quien está abarrotando los tendidos son gente muy joven de ambos sexos.

¡Salud!

*Presidente Peña Taurina El Clarín, capítulo Cartagena – colaborador Nueva Lidia.

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