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Columna

Estar enfermo

“La enfermedad debería ocupar un lugar junto al amor, las disputas y los celos entre los principales temas literarios...”.

CARMELO DUEÑAS CASTELL

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Ellas llegan como seres de otros mundos. Una fuerza extraterrestre las envía a lo más profundo del alma a restregar, sin compasión y con lija, limón y alcohol la zona de confort de esa coqueta y casquivana llamada salud. Aparecen de pronto, cual estridente bofetada a la banalidad de una vida saludable. Las tres, orgullosas de su debilidad cual heroínas mitológicas. La una lleva con mayestático orgullo la pesada corona de una quimioterápica calvicie. La otra empuja su enjuto cuerpecito con una fuerte y sonora carcajada. Las tres minimizan a la petulante y soberbia salud con sus hermosas sonrisas. Jamás he visto en ellas la derrota y sé que esconden la furtiva humedad de una lágrima en dolorosos, oscuros y profundos nocturnos. La refrescante brisa de su eterno optimismo es una grosera afrenta a las tristezas de la estúpida, pérfida y presuntuosa salud. Vergüenza propia al contemplar a esas gigantes enfermas de optimismo desde la ínfima e insulsa pequeñez de la salud al verlas enfrentar a diario al invencible dragón del cáncer de pulmón. La última, rechazada hace más de un año de la más novedosa terapia porque era un caso perdido y mala publicidad para un medicamento aún en experimentación. Y allí sigue ella y su compañero de lucha, un gigantesco oncólogo que con sabiduría y paciencia la ha llevado por insondables caminos jamás transitados por ciencia alguna.

Mucho antes del suicidio, Virginia Woolf escribió, hace 100 años, su maravilloso ensayo “Sobre estar enfermo”. Allí dibujó magistralmente el poco interés que la literatura ha prestado a la enfermedad. Decía ella que la enfermedad debería ocupar un lugar junto al amor, las disputas y los celos entre los principales temas literarios. Coincido con ella en la falta de novelas sobre cosas como la vulgar gripa, o poemas épicos enfocados en la grotesca diarrea, o eternas odas a la mortal neumonía y obras líricas al prosaico dolor de muelas. Tengo para mí que debería ser un ensayo de obligatoria lectura, especialmente para aquellos que padecemos de esa vergonzante enfermedad que es la banalidad de la salud. Una reciente publicación de JAMA sobre la banalidad de la enfermedad me hizo pensar en que cuando estamos bien somos ciegos a la presencia de la salud y nos duele no sentir que existimos mientras ellos, los eternos luchadores, enfrentan una catastrófica enfermedad con la altivez y valor de los cuales carecemos quienes convivimos, sin disfrutarla, con esa engreída llamada salud.

Decía Virginia: “Existe, debemos confesarlo (y la enfermedad es el gran confesionario), una franqueza infantil en la enfermedad; se dicen cosas, se espetan verdades, que la respetabilidad cauta de la salud oculta”.

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