Una de las preocupaciones que con frecuencia se presentan en días como el de ayer, de la celebración del Día de las Madres, o en Navidad y Año Nuevo, es el aumento constante de la violencia, expresado en múltiples formas, desde riñas, enfrentamientos con armas blancas o de fuego, casi siempre dejando personas fallecidas y varios heridos, lo particular es que esto se presenta generalmente entre familiares y amigos.

Las inconsistencias que el gobierno Turbay no vio
TATIANA VELÁSQUEZTanto lo que ocurre en estos días, como lo que se viene presentando en casi todas las ciudades y en zonas rurales es el aumento de las acciones de intolerancia, de la venganza, de solución violenta de las diferencias, de la imposición por la fuerza de unas ideas o de unas creencias, del ejercicio de la fuerza apoyado en el empleo de las armas, asociado con frecuencia en conductas machistas, xenofóbicas, de intolerancia social, racial o sexual, y casi siempre sustentados en profundas creencias religiosas.
Hasta hace unos años el escenario principal de la violencia se ubicaba en zonas rurales, como parte esencial del conflicto armado que nos acompaña por más de 60 años, sin considerar, como dicen algunos, que llevamos 200 años sin salir de conflictos armados y de prácticas violentas. Este fenómeno, que ahora es también urbano, está relacionado con tres factores. Uno, que en Colombia las generaciones recientes han nacido y crecido dentro de ambientes de la guerra interna, de conflicto entre vecinos, de problemas de tierras sin solucionar y de unos valores morales que conservan la agresividad, la violencia y el empleo de las armas como instrumentos normales de uso cotidiano. Más de 10 millones de colombianos afectados por esas formas de violencia han llegado a las ciudades los últimos años.
El segundo es la baja presencia y acción del Estado, de una débil o ausente justicia, de la incapacidad de las instituciones públicas para atender y resolver problemas desde los más simples, como pequeñas querellas entre vecinos, hasta los más complejos como las masacres, el desplazamiento forzado, las expropiaciones de tierras y todas las formas de negación de los más elementales derechos.
El tercer elemento es lo que hay en el alma o lo que anida en los sentimientos y valores de nosotros los colombianos, en aspectos de moral o de ética, de consideración del otro, del reconocimiento de unos límites en los derechos, en la comprensión de los deberes y responsabilidades, en la forma como percibimos a los demás, empezando por los miembros de nuestra familia, de los vecinos y de todos los demás, con quienes compartimos unos espacios.
Todo esto para plantear que nos acercamos a hacer realidad el hecho de que en Colombia la violencia tiene cada vez más connotaciones de una manifestación cultural. Pero tenemos la posibilidad de cambiar y revertir esta historia y empieza en cada uno de nosotros. Este cambio no viene de afuera.
*Sociólogo