“Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo, y no estoy seguro de lo segundo”, Albert Einstein.
En el libro “Elogio de la estupidez”, más conocido como: “Elogio de la locura”, Erasmo de Rotterdam promueve una demoledora crítica contra el dogmatismo y el fanatismo religioso de su época, que consideró institucionalizaba la locura y la estupidez en la sociedad. Una estupidez -señala- que se caracteriza, primero, porque quien la tiene no sabe que la posee y, segundo, porque quien la posee es muy feliz.
Hoy, cinco siglos después, muchos de sus reproches siguen vigentes y pueden extenderse a “lo político” (concepto) y a la “política” (práctica) que se viene promoviendo en Latinoamérica, la cual se asemeja -cada vez más- a una especie de religión secular en la que pueden distinguirse dos rasgos: el primero es su desprecio por el ciudadano informado y analítico, al que sustituye por una caterva de fieles y fervorosos seguidores que solo deben asentir y aplaudir, que han sustituido el pensamiento por la repetición de un libreto ideológico previamente aprendido y que han suprimido la sospecha por la obediencia ciega. El segundo es el fomento de líderes populistas y demagogos -de izquierda y de derecha- que responden a una autoimagen mesiánica y narcisista, que demandan una fe inquebrantable frente a sus caprichos ideológicos, que asimilan la duda y la crítica con la herejía y que sólo parecen tener un objetivo: acumular y preservar el poder mientras “erosionan la democracia”.
Erasmo muestra cómo en las sociedades dominadas por los fundamentalismo y las pasiones se privilegia la sumisión y se castiga la lucidez, por ello, quienes piensan, recelan o examinan son silenciados, no por falta de razón, sino porque sus palabras -afirma- rompen el hechizo colectivo de la “estupidez organizada”, una estupidez que en ocasiones ha justificado la hoguera, la guillotina, las desapariciones físicas, el aislamiento o -como hoy- la desacreditación en las redes sociales en contra de apóstatas y heterodoxos.
La estupidez -afirma Erasmo- es protectora del poder, por ello, muchos gobernantes se rodean de aduladores y de expertos funcionales que cumplen sus deseos, gracias a los cuales creen que tienen siempre la razón, que son geniales, aun cuando sean mediocres, o que apelen al uso de símbolos y metáforas que solo pretenden ocultar que en el fondo no saben lo que dicen ni lo que hacen, lo que les permite permanecer cegado en su propia importancia y en su burbuja de poder. Por eso se pregunta: ¿qué pasa si los locos no están en los hospitales, sino en los tronos? ¿Si la estupidez, lejos de ser marginal, se encuentra en la base de nuestras instituciones? y ¿si el verdadero desafío no es despertar a los estúpidos, sino a los lúcidos?