Según una leyenda, en Roma los ciudadanos llamados a declarar ante la justicia, al momento de dar su versión, debían jurar agarrándose los testículos; etimológicamente, la raíz testis sería el origen del término testigo; pero algunas fuentes académicas e históricas lo desmienten, y atribuyen esa narrativa al comediógrafo romano Plauto.
Estudios neurobiológicos señalan que, cuando experimentamos o somos testigos de un evento crítico, por lo corto del tracto nervioso entre nuestros sentidos y la amígdala cerebral, es ella quien responde primero; y después de un rápido análisis, el hipocampo determina si el animal amenazante puede comernos, o nosotros a él, y finalmente decide si la conducta apropiada es huir, atacar o paralizarnos.
La corteza cerebral no participa porque contiene demasiados archivos, y si de ella dependiera nuestra supervivencia, como especie humana nos hubiéramos extinguido hace miles de años. Lo que la corteza hace después es reconstruir el hecho con los elementos de la realidad que alcanzó a captar, de ahí que la información de una víctima o un testigo no suele ser totalmente veraz. La falta de participación de la corteza es la luz por donde se filtran las experiencias previas o los prejuicios con las que homologamos el hecho, y que influyen sobre la fidelidad de nuestro recuerdo.
La mentira deliberada es un fenómeno complejo, que suele asociarse con una clara motivación para ocultar la verdad, obteniendo algún beneficio con ello. Sin embargo, cuando una persona miente sin razón aparente, nos preguntamos: ¿Qué motiva a alguien para inventar historias o distorsionar la verdad sin necesidad alguna para hacerlo?
Investigaciones científicas demuestran que los recuerdos están integrados en la estructura del cerebro, que los almacena físicamente en forma de conexiones neuronales en el lóbulo prefrontal, lateral izquierdo si somos derechos, o en el hipocampo y la amígdala. Los nuevos recuerdos se forman cuando las neuronas crean nuevas sinapsis (uniones) con otras neuronas, construyendo una malla de conexiones. Los recuerdos necesitan un mantenimiento activo para perdurar. Recordar algo refuerza las conexiones que soportan lo memorizado.
El olvido es el debilitamiento o desaparición de las conexiones entre neuronas. Tendemos a rellenar vacíos en la memoria con lo que nos han contado o imaginamos. El problema es que hay falsos recuerdos que se almacenan en el cerebro exactamente igual que nuestros recuerdos reales. Lo mismo ocurre con la información sesgada. Investigadores y psicólogos han intentado diferenciar la realidad de la falsedad, pero aún no han diseñado un protocolo perfectamente fiable para distinguir recuerdos precisos de los inexactos.
La forma como almacenamos los recuerdos y como los evocamos resulta complejo de explicar en un espacio tan corto, pero sí permite asegurar que recordar no es un hecho totalmente confiable.