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Columna

La fisiología del hambre

“Hoy más de 2.000 millones padecen de inseguridad alimentaria. Rimbombante nombre para ocultar la física...”.

CARMELO DUEÑAS CASTELL

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Centenares llegaban demacrados, pálidos; muchos de ellos murieron de hambre. Esa fue la primera hambruna, hace más de 5.000 años, cuando el Nilo casi se seca. El evento está registrado cerca de la Pirámide de Saqqara. Algo parecido ocurrió en Irlanda, hace casi 200 años, cuando el hambre mató a más de un millón y obligó a la diáspora de otro millón de irlandeses cuando un hongo acabó con los cultivos de papa. Tal vez eso obligó a Joyce a incluir la papa en la vida de Leopold en su Ulises.

Esta semana New England Journal of Medicine publicó una excelente actualización sobre la fisiología del hambre. En ella se describe cómo se forma el hambre en nuestro cerebro y las intrincadas redes y circuitos que lo forman. Hay dos tipos de hambre, una es el hambre homeostática o fisiológica, que es una respuesta a la privación de alimentos y que involucra señales neurológicas, hormonales y metabólicas que transmiten la urgente necesidad de comer.

El otro tipo de hambre, el hambre hedónica, sucede en ausencia de necesidad y se refiere al único y exclusivo deseo de disfrutar del placer de comer. Se trata de esa dulce sensación que ocurría allá adentro del cerebro cuando un sábado esperábamos el humeante plato del maternal mote de queso; o al acuífero estímulo etílico que articula esencias de malta de las tierras altas de Escocia con el ancestral sancocho trifásico. O el maridaje del néctar del agave que ambiciona el cucayo de un arroz “apastelao”.

El conocimiento de la fisiología del hambre va dirigido, exclusivamente, a producir medicamentos para enfermedades como la obesidad y la anorexia nerviosa. La ciencia recalcitrante afirma que, con el aumento de la disponibilidad de alimentos, la agricultura favoreció el hambre hedónica sobre el hambre homeostática. Nada más lejos de la realidad. Hoy más de 2.000 millones padecen de inseguridad alimentaria. Rimbombante nombre para ocultar la física hambre por la cual millones mueren anualmente. La gran paradoja es que el mundo produce alimento suficiente para todos. En solo Estados Unidos el gasto anual en alimentos es de 800.000 millones de dólares (de ellos se desperdicia 30%, más de 200.000 millones). El Instituto Internacional de Investigación en Políticas Alimentarias afirma que con 100.000 millones de dólares anuales se acabaría el hambre en el mundo.

Bertrand Russell decía que el hambre de poder es una característica exclusiva del ser humano y es el objetivo último de nuestros actos. Tengo para mí que esta filosofía del hambre explica por qué, habiendo tanto superávit, hay tanta hambre en el mundo. Bien dicen en Valledupar ante unas suculentas arepas de queso: “El hambre se va, pero vuelve”.

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