Pocos saben que el pádel nació por culpa de un muro. En el año 1969 Enrique Corcuera, un mexicano con ganas de jugar tenis, pero con poco espacio en su casa, decidió inventar algo nuevo, una canchita más pequeña, con paredes y reglas propias. Lo llamó “Paddle Corcuera” y sin saberlo, acababa de crear un nuevo deporte. Años después, su amigo el príncipe Alfonso de Hohenlohe lo llevó a Marbella, en España, lo refinó y lo presentó en sociedad. El resto es historia, el deporte se fue irradiando por Argentina y ahora, por todo el mundo.
Inicialmente era un deporte de alto turmequé, exclusivo de clubes de élite, pero hoy está transitando hacia la democratización y va ganando cancha literal y metafóricamente, pues está conquistando gente que nunca agarró una raqueta. Y, aunque todavía no es barato, porque hay que alquilar cancha, comprar paleta, pelotas, entre otras cosas, la esperanza está en que se construyan canchas públicas que generen espacios más accesibles. Es una buena oportunidad para que las autoridades deportivas inviertan en la salud y en los buenos hábitos de los jóvenes.
Este juego crece rápidamente en el mundo, tiene la ventaja de seducir a cualquiera por divertido y además porque todos pueden jugarlo, ya que lo entiende y disfruta hasta el que nunca jugó ni con los bolillos de la cuna. No necesitas haber sido atleta, puedes llegar sin historial deportivo y salir de la primera clase sintiéndote todo un profesional. Ahí está el secreto que lo hace adictivo, es amable con el cuerpo y el ego. Además, es transversal, lo juegan adolescentes con TikTok, señores de oficina que escapan del Excel, adultos mayores que sacan energía de no se sabe dónde, en fin, todos. Sin olvidar que el juego en pareja fomenta la risa, la estrategia, el compañerismo y no importa si pierdes, siempre quieres volver.
Eso sí, hay que decirlo, algunos prejuicios absurdos han intentado meterle zancadilla. Que si es de cierto tipo de personas, que si los jugadores son de tal o cual condición. No se sabe de dónde salió esa recocha sexista, pero lo cierto es que ni eso ha logrado frenar la fiebre, porque el pádel no discrimina, ni por edad, clase social o identidad, quien lo juega sabe que caben todos y punto.
Por eso la afición crece, hoy más que un deporte, es una excusa para moverse, encontrarse, reírse, para gritarle a una pelota amarilla que rebotó donde no debía. No es una moda, es un fenómeno y apunta a convertirse en uno de los deportes más populares. Así que ¡abran la cancha, que hay espacio para todos!
P. D. A los pioneros de este deporte en la ciudad hay que aplaudirles la valentía de invertir en canchas cuando nadie sabía ni cómo se pronunciaba “pádel”. Apostaron a crear clubes sin saber si llegaría alguien a jugar y creyeron cuando otros se burlaban.