Hubo un tiempo en que Cartagena era sinónimo de tranquilidad, sana alegría y franca amistad en el vecindario. Sin eufemismo, se podía decir que era posible dormir con las puertas abiertas. Para entonces los periodistas de la página judicial de los periódicos se veían en apuros para llenar cuartillas, por la escases de hechos delictivos que solo se registraban por uno que otro robo, un atraco callejero, una pelea a trompada limpia en la madrugada, casi siempre por exceso de tragos. Un crimen no solo constituía un escándalo, sino una vergüenza social que permanecía largo tiempo en los comentarios de la gente.
Con el tiempo y el crecimiento desmesurado de la población, aquella idílica realidad comenzó a cambiar. El respeto, la tolerancia, la sincera amistad dieron paso a un creciente desorden social traducido en intolerancia, irrespeto, inquina. No era una norma en sí misma ni una conducta generalizada per se, pero sí una manifestación de actitudes individuales que afectaban de manera grotesca el colectivo. El problema se ha agudizado hasta convertir a Cartagena en una ciudad con inquietantes indicadores de inseguridad y violencia, contraria a aquella que conocieron las generaciones que disfrutaron de su inigualable solaz.
Hay factores como la pobreza, la desigualdad, la falta de oportunidades que podrían contribuir a la nueva realidad, pero la violencia e inseguridad actuales tienen nombre propio: narcotráfico. Su condición de puerto y privilegiada posición geográfica transformaron a Cartagena en un punto estratégico para el envío de droga al exterior, mientras el microtráfico permea sus cuatro puntos cardinales, logrando arrastrar a muchos jóvenes y mayores al abismo del vicio y el delito.
Está documentado que hay organizaciones nacionales y transnacionales en suelo cartagenero que se enfrentan para defender sus intereses, ganar territorio y sostener sus negocios, lo que se traduce en más violencia e incertidumbre. La más ruidosa manifestación de esta cruda realidad es el sicariato, de casi diario acontecer, cuyo impacto psicológico afecta a la población que no tiene arte ni parte en esta encrucijada, pero la padece. Cartagena, en tanto, se ve afectada en su marca de ciudad turística.
El fenómeno es complejo y requiere ser entendido en su cabal dimensión. Mientras el narcotráfico siga escalando con sus prácticas violentas y corruptas, y generando ganancias impensables, será muy difícil doblegarlo. Expertos recomiendan alianzas del poder central, gobierno local, fuerzas del orden, cooperación internacional, y una comunidad consecuente con el bien común, para enfrentarlo. Lo no admisible son las tendencias que comulgan y hasta celebran la violencia del narco, por motivaciones políticas. Eso es aberrante.