A diferencia de lo que sucede en las ciencias naturales (excluyendo la física de partículas), en donde las creencias del científico sobre la realidad (un virus no es una bacteria, aunque todos lo creamos) tienen nulo impacto en los resultados, pues solo hay una repuesta única y correcta, en las ciencias sociales, las preferencias morales o ideológicas juegan un papel determinante, por tanto, no es posible asignar a un problema una única respuesta correcta. Gadamer llamó “precomprensiones” a ese conjunto de ideas, conocimientos y prejuicios (ideologías, doctrinas, historias de vida, etc.) presentes al momento de interpretar la realidad social, señalando que ante cualquier problema (despenalización del aborto, matrimonio igualitario, etc.) lo normal es la diversidad de puntos de vistas (horizontes de comprensión) y la confrontación de opiniones, que en los estados y las sociedades pluralistas se resuelven mediante el diálogo y la deliberación racional.
El problema con las precomprensiones surge cuando estas dejan de considerarse meros puntos de vistas falibles y falsables (Popper) y se consideran verdades autoevidentes e incuestionables que fomentan el fundamentalismo (estados teocráticos o de partido único) o la “sobreideologización”, que conduce a que los gobiernos -al formular las políticas públicas- en vez de ajustar sus explicaciones o interpretaciones a la realidad, más bien intenten someter o construir una realidad paralela (ficción) que se ajuste a sus postulados ideológico. Lo hizo Bush para justificar la guerra en Irak sobre la base de armas de destrucción masiva que nunca aparecieron. Lo hizo Mao Zedong (1958) cuando ordenó triplicar la producción agrícola y sus funcionarios, ante la imposibilidad de cumplir, consignaron aumentos imaginarios en sus informes que permitieron la venta de millones de toneladas de cereal, pero, también, la peor hambruna y la muerte de millones de chinos. En Colombia, la necesidad de justificar la política de seguridad democrática condujo a la muerte de civiles indefensos (falsos positivos) y, según Santos, el Gobierno -para justificar la paz total- no solo reorganizó las disidencias bajo el pomposo nombre de Estado Mayor Central (EMC), sino, además, les otorgó un forzado estatus político.
Fue esta sobreideologización –me parece- la que llevó al Gobierno a repartir ceses al fuego como empanadas, a no fortalecer a las Fuerzas Armadas y a creer ingenuamente que el Eln firmaría la paz en tres meses; pero, especialmente, es esta sobreideologización la que no le permite comprender que el conflicto político-armado finalizó con el proceso de La Habana; que actualmente a ningún grupo armado ilegal le interesa el poder o la revolución, sino sus rentas ilegales; finalmente, que se cerró el ciclo de violencia política y se inició el ciclo de violencia criminal, lo cual requiere no una política de paz, sino una política de sometimiento (zanahoria) y de seguridad (garrote).
*Profesor Universitario.