En la última década casi todo lo que hemos conocido ha sido reinventado, con un notable acelere a partir de la pandemia. El avance de la tecnología y el mundo digitalizado ha forzado continuos procesos de adaptación que cubren casi todo en manufactura, banca, servicios y vida cotidiana. Todo ha cambiado respecto al mundo que conocimos a finales del siglo pasado.
Los sistemas democráticos están sufriendo grandes presiones: los gobernantes inundan sus redes sociales para comunicar decisiones muchas veces tomadas con exceso de emoción y poco de razón. Envían sus miedos al mundo, y la sociedad tiene que interpretar mejor antes de sobre-reaccionar. No siempre se logra.
Los malentendidos y las explicaciones que deben darse, así como los cambios de decisiones, abundan porque alguien no pensó con la suficiente cabeza fría. El poder de dominación está minando valores de antaño, mientras la sociedad parece anestesiada a punta del constante bombardeo de la agenda globalista. Hoy son ya demasiado perceptibles las verdaderas intenciones de quienes ostentan excesivos poderes sin nada ni nadie que los frene. La raíz de la democracia actual no permite frenos y la vertiginosa tecnología, menos.
El sistema de gobierno democrático fue masificado en la mayoría de las naciones “occidentales” con la caída de las monarquías. Podríamos decir que llevamos unos 200 años conviviendo mayormente con democracias. En aquellos tiempos la población del planeta era un 700% menor a la actual. La explosión de intereses y opiniones sobredimensionaron sus imperfecciones y la jactaron de libertades y cuantos derechos pudieron inventarse.
Verdades en elecciones no importan, aún si pueden verificarse pública e independientemente. Tal vez un mejor término a la democracia sería “podercracia”. No es el pueblo que puede, es quien ostenta el poder para torcer su educación, su conciencia, sus valores, su historia. Las constituciones que rigen los países se parecen mucho a las organizaciones de carácter internacional: están ahí pero nadie les hace caso. Las cortes de justicia que pretenden hacer contrapeso se quedan sin peso. Muchos ejércitos prefieren hacerse los ciegos antes que defender la Constitución.
Me pregunto si es necesario, ante los desafíos que enfrenta la sociedad, retomar el concepto de democracia liberal porque el inventado por los griegos y mejorado en los últimos 200 años parece atascado en el barro de la obsolescencia. Si unos pocos nos han llevado a donde estamos con solo pensar 24 horas al día en todas sus formas de lucha para lograr el acceso a la “podercracia”, los muchos, que no queremos ser “los nadies”, deberíamos ser capaces de lograr algo mejor para defender el concepto original que tantos favores le ha servido a la humanidad.