Ahora que el papa nos ha dejado merece la pena recordar sus palabras, tan citadas estos días, sobre el valor de la vejez como algo positivo y de la palabra viejo como un término hermoso en la forma y elogioso en el fondo. Lo anterior a cuenta del 90 cumpleaños de mi querido amigo Joaquín Galant, que ha tenido lugar esta semana, y de su ejemplar modo de vivir la vejez, con más ánimo y empuje del que muchos dedican a vivir la juventud. Joaquín fue constituyente allá por 1978, viviendo en primera persona, entre otros momentos, el golpe de Estado de 1981. Se ha desempeñado como político nacional, regional y local, abogado en ejercicio y de prestigio durante décadas y en la actualidad preside el Real Liceo Casino de Alicante. Hasta tiene una calle con su nombre que, como él mismo dice entre bromas, es la mejor de la ciudad, porque en ninguna otra se comenten tanto delitos como en ella.
Conocí a Joaquín hace más de veinte años y es de las pocas personas que conozco de las que puedo decir con seguridad que no hay nadie que diga nada malo de él. Quizá algo tenga que ver su forma de ser, aquello que antes se llamaba ser un Señor (con mayúsculas), quizá también que sea imposible recordar de él una mala palabra, un mal gesto, o un mal acto. Para mí Joaquín es un ejemplo de cómo vivir cuando muchos ya no albergan mayor interés por la vida que el imprescindible para esperar morirse. Una vejez activa, dinámica y autosuficiente en la que se recoge todo aquello que se ha sembrado durante la vida y en la que se disfruta de empuje físico, pero, especialmente, de claridad y lucidez mentales. También es cierto que fue bendecido con una naturaleza impresionante que le permite caminar calle arriba y calle abajo sin ningún tipo de ayuda, ni asistencia, que le deja comer y beber lo que quiere y que le lleva a asumir responsabilidades profesionales en una edad en la que casi todos ya no asumen ni el aire que a duras penas respiran.
Yo quiero ser como Joaquín. Quiero llegar a su edad y quiero llegar como él, activo y vital. A menudo bromeo diciendo que confío en que el sistema pensional quiebre y que nos obliguen a trabajar hasta morirnos. Yo quiero trabajar hasta morirme. No quiero jubilarme nunca, porque sé lo que eso le hace a mucha gente. Quiero seguir el ejemplo de Joaquín y vivir una vejez honorable. Por ello, en su 90 cumpleaños, permítanme que dedique mi columna a elogiar la magnífica vejez de mi estimado Joaquín Galant. Que sean muchos más.