Es arriesgado confundir cultura con arte, arte con farándula, y aún más farándula con política. En este rango en ascenso del dirigente superestrella, prosigue el embrollo entre novela y realidad, periodismo y ventas, estrategia y mandato, en un simulacro sostenido por una prolija cobertura de enfoque único, que acaba anulando voces y visiones distintas a la suya. La imagen política se juega hoy en reacciones de redes sociales, optándose por alinearla en función de estas últimas y de apropiarse públicamente lo que ya goza de popularidad autónoma. Se apela a lo mayoritario, configurándose lo extrínseco como identitario, romantizándose el denominador común y exhibiendo preferentemente lo que deslumbra y distrae.
Un caso muy mediatizado, en el que quedó demostrado que sí es posible organizarse en Cartagena, fue el auxilio de Alexy Hernández. La noticia suscitó elogio a la vez que nutrió sendas inquietudes, saltando a la vista que no existe inoperancia ni desarticulación institucional que explique nuestros atrasos en diversos frentes. Siguiendo la lógica, han de atribuirse sus causas a otros designios, admisiblemente intencionales. La ayuda a la adulta mayor no debería ser caso aislado, pues las que fueron sus circunstancias, hoy lo siguen siendo de quienes sí se han empapado de técnica artística.
Si fue limosna el acto, considérese Mateo 6:4; y si no, pondérese que se está presentando el cumplimiento de una función ordinaria como algo extraordinario. La maniobra política observada revela que mientras no se establezcan procesos, soluciones integrales ni continuidades institucionales, seguirán dándose casos como el de Alexy, que quizás no gocen de tal visibilidad y por tanto no tengan final feliz. Crucialmente, las mismas alianzas que permitieron este aclamado desenlace pudieron haber contribuido a muchos de los achaques padecidos por Alexy, al incumplir sus funciones.
Lo inquietante es que, si con tal efectividad se decide, a dedo y merecidamente en este caso, ayudar a una persona, ¿no sería también posible cancelar a otra? Una orden tácita, venenito en la oreja, excomunión institucional: ¿no harían parte, por extensión, también de lo factible en esta era de rayar honras?
Gobernar según el efecto implica ser veleta de lo generalizado cuando —como hemos porfiado— la expresión mayoritaria es hoy un constructo implantado por la industria, atentando contra los principios democráticos de la pluralidad. El solo hecho de arrojar luz cenital sobre algo opaca lo colindante. Ni siquiera será necesario cancelar discurso alguno bajo estas circunstancias, sino que se permitirá que la propia idiosincrasia popular, en el potente arrastre de su cauce captivo de lo líquido, sumerja en las sombras cualquier propuesta articulada que se esgrima desde los márgenes del poder.