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Columna

Redes sociales y la era de la apariencia

“Urge desarrollar una alfabetización digital crítica. Comprender cómo operan los algoritmos, cómo se construyen las narrativas en línea...”.

Alba Zulay Cárdenas Escobar

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En su influyente obra “La sociedad del espectáculo”, publicada en 1967, el filósofo y cineasta francés Guy Debord lanzó una advertencia profética sobre el rumbo de las sociedades modernas. Según él, habíamos transitado de una cultura centrada en la producción de bienes tangibles hacia un modelo dominado por la representación, la imagen y la apariencia. Lo real comenzó a diluirse en una puesta en escena ininterrumpida, donde lo que importa no es ser, sino parecer.

Medio siglo después, esa crítica se vuelve aún más urgente ante la omnipresencia de las redes sociales. Plataformas como Instagram, Facebook, TikTok o X (antes Twitter) no solo han perfeccionado el espectáculo, sino que lo han hecho portátil, personalizado, permanentemente disponible, y uno en el que los algoritmos son los verdaderos directores. Deciden qué vemos, a quién seguimos, qué contenido se viraliza y cuál se hunde en el olvido. No buscan mostrarnos la realidad, sino mantenernos conectados, enganchados y disponibles para el consumo. Recompensan la emoción sobre la razón y lo breve sobre lo profundo. Su lógica de funcionamiento está orientada a maximizar la atención y, con ella, la rentabilidad.

Esta lógica ha creado una cultura de la inmediatez, donde el valor de las ideas y las experiencias se mide en clics, vistas y corazones digitales. La comparación constante con vidas aparentemente perfectas genera ansiedad, frustración y una percepción distorsionada del éxito y de la felicidad. Todo se convierte en una vitrina: nuestras vacaciones, nuestras comidas, nuestras relaciones, incluso nuestros actos de generosidad o activismo social. El espectáculo se apropia también de lo íntimo, lo ético y lo político.

Las implicancias sociales son profundas. Se instala una ilusión de conexión permanente que, paradójicamente, puede generar más soledad y aislamiento. La vida interior se ve desplazada por una necesidad de visibilidad. La identidad se fragmenta entre lo que somos y lo que mostramos. En esta tensión constante, corremos el riesgo de perder algo fundamental: nuestra capacidad de pensar críticamente, de contemplar y de vivir con profundidad.

Frente a este panorama, urge desarrollar una alfabetización digital crítica. Comprender cómo operan los algoritmos, cómo se construyen las narrativas en línea, y cómo nuestras emociones son instrumentalizadas, se convierte en una herramienta de resistencia a aquella advertencia de Debord. No se trata de rechazar la tecnología ni de idealizar un pasado analógico, sino de recuperar agencia sobre nuestras decisiones, nuestras relaciones y nuestras formas de habitar el mundo.

*Profesora de la Escuela de Negocios, Leyes y Sociedad, UTB.

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