En día lluvioso, Antonio Barajó andaba por el Centro Histórico donde se tropezó con el poeta Félix Turbay. Antonio, que era también poeta, había perdido el juicio y ese día le preguntó a Turbay, ¿qué es Cartagena? Este le respondió: “Cartagena es un bello puerto que Dios creó cuando era marinero”. Hermosa descripción que por el genio del poeta Turbay había hecho carrera en la ciudad.
Antonio quedó con esa frase grabada y estando en el Camellón de los Mártires, tuvo una pelea con un borracho admirador de Pedro de Heredia. El poeta Turbay, actuando como gobernador encargado, supo que se estaba irrespetando el monumento y exigió a la policía tomar cartas en el asunto. No era fácil poner orden en un lugar frecuentado por borrachos, locos y prostitutas. Por suerte allí también se reunían intelectuales, políticos, y amantes del béisbol que velaban por su bienestar. Uno de ellos narró la historia de los mártires de 1816, el fusilamiento por orden de Pablo Morillo y la razón de aquellos bustos en mármol. “Pero ya ha pasado mucho tiempo”, decía Diosa Pamela, mujer que los viernes estaba con el moruno limpio y perfumado por el jabón Mano Blanca, de Lemaitre, refiriendo historias y buscando clientes para otra noche de amor. “Ya eso es historia antigua. Ahora nosotras estamos trabajando”, repetía. Los Mártires desde sus pedestales miraban la escena con horror, cuando a esa hora crecía la convocatoria y estaba la ciudad llena de turistas.
El poeta Turbay se enteró que Barajó estaba más trastornado y era promotor de aquellas profanaciones.
Hubo consejo de gobierno y el gobernador Augusto Beltrán delegó en el poeta Turbay la situación. Fue tal la presión policial, que las prostitutas se fueron a la huelga. Diosa Pamela gritaba que a esos señores mártires debían bajarlos de allí, que ya estaba bueno, que ¡hasta cuándo!
El poeta Barajó discutía y defendía a las prostitutas con varios argumentos, entre ellos, que esos mártires estaban trastocados, ya que una vez al bajarlos para una remozada los pusieron al revés. Así lo había comprobado una historiadora acuciosa.
Pronto hubo un acuerdo con el grupo de mujeres, levantaron la protesta y no volvieron al Camellón. Una semana más tarde aparecieron en el Parque de Bolívar. Cuando llegó la Policía, reclamaban que eran bolivarianas y echaban vivas al libertador debajo de su soberbio monumento de bronce. Diosa Pamela, con atrevida minifalda, gritaba: “Si Caracas te dio la vida, Cartagena te dio la gloria”. Al momento cayó otro copioso aguacero que dejó el parque vacío. El caballo relinchó y Bolívar empapado observaba la desbandada de las putas reincidentes.