Pocos días antes se les había advertido del apocalipsis que se aproximaba y que destruiría totalmente su ciudad y por tanto tenían poco tiempo para escapar. A renglón seguido se les ordenó que por nada del mundo miraran atrás mientras huían.
La familia entera escapó, pero Edith no fue capaz de obedecer y furtivamente se detuvo, volteó su rostro para dar una última mirada a lo que había sido todo en su vida. Craso error que pagó quedando convertida en estatua de sal.
Lo anterior yace escrito en el Génesis y no es más que la destrucción de Sodoma y Gomorra, y entiendo que la metáfora pretende enseñar que toda desobediencia trae su castigo; sin embargo, yo he querido ver lo inútil que significa mirar atrás, especialmente si esta mirada es únicamente para ver un pasado destruido, inútil, sin futuro.
Tal forma de mirar hacia el pretérito solo deja una parálisis en el tiempo. Mirar atrás con la vista puesta en lo negativo solo puede traer una tormentosa y rumiante lluvia de catilinarias mentales, que nada bueno puede dejar a quien lo hace. Es probable que tal conducta sea una tendencia malsana de occidente afincada en una constreñida y apocalíptica concepción de la vida, contrapuesta a la hermosa visión que, del pasado, los ancestros y los recuerdos tienen en el Lejano Oriente.
Obviar completamente el pasado cubriéndolo con el manto del olvido puede no ser adecuado para evolucionar, mejorar y avanzar; sin embargo, una mirada al ayer para aprender puede ser constructiva, útil y necesaria. Además, con el paso de los años, cuando en la vida queda más pasado que futuro, mirar atrás con la conveniente presbicia de ver hasta en lo malo y lo peor algo bueno, puede ser gratificante.
Aprender a recordar es necesario, conveniente, vivificante y casi obligatorio. Igual que muchos, intento hacer caso al poeta cuando sabiamente recomienda “procuro olvidarme del modo de recordar que me enseñaron, raspar la tinta con que me pintaron los sentidos” y dejo que la pátina del tiempo traiga hacia mi todo lo bueno que en la vida ha habido y que, sobre lo malo, que cada vez me parece con felicidad culpable que muy poco es lo que ha habido, dejarle al tiempo, juez supremo, la postrera decisión. Es probable que a eso era a lo que se refería nuestro Nobel cuando decía que “la vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda”.
Tal forma de ver las cosas dista mucho de la de nuestros políticos, que como expertos automovilistas usan permanentemente el espejo retrovisor cada vez más acomodado a su ceguera mental, para ver que todos los males del presente y futuro derivan de un pasado en el cual ellos son inocentes y los otros son los únicos culpables.
*Profesor Universidad de Cartagena.