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Columna

El pozo de la insatisfacción

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Vivimos en una era marcada por una paradoja intrigante: a medida que avanzamos en términos de desarrollo económico y tecnológico, una ola de insatisfacción parece abrumar a la sociedad. El descontento, el estrés y la depresión se han convertido en compañeros permanentes de viaje y a menudo nos obligan a buscar respuestas para comprender y revertir tan preocupante tendencia.

Buena parte de esta discusión la abordo en mi último libro, “Buenas prácticas en redes sociales 2.0”, cuyo contenido se orienta a la forma en la que la interacción humana se ha trasladado en los últimos años al ámbito digital. Los efectos de un escenario de este tipo son muy profundos cuando se trata de relaciones interpersonales y de la calidad de nuestros vínculos emocionales. Y trastoca, además, otras esferas también muy importantes para nuestra sociedad, como la forma en la que medimos el progreso y la felicidad.

Es en esa misma línea de ideas que transita el último libro de Andrés Oppenheimer, titulado “Cómo salir del pozo: Lecciones de felicidad”. En él, se nos hace una cordial invitación a repensar la arraigada creencia de que el crecimiento económico es el único indicador de progreso. Olvidamos con frecuencia que la pérdida de comunidad, la falta de propósito y la creciente ciberadicción (sobre todo en redes sociales) son factores que han socavado nuestra calidad de vida. La hiperconectividad ha derivado, contradictoriamente, en la epidemia de la soledad y el aislamiento.

Se trata de un amable recordatorio de que, aunque elevar el producto interno bruto es necesario, no es suficiente para garantizar la felicidad.

La solución, señala Oppenheimer, tal vez se encuentre al emular diversas acciones que emergen a lo largo y ancho del globo: “escuelas de la felicidad” en India, que fomentan la práctica del mindfulness desde edades tempranas; el Ministerio de la Soledad y la medición de la felicidad en el Censo Nacional y la encuesta de hogares en el Reino Unido; el museo de la felicidad y los grupos de voluntarios en Dinamarca y Finlandia; y el Índice de Felicidad Nacional Bruta (IFNB), implementado en Bután, son algunos ejemplos.

Nuestra comprensión de la felicidad debe ir más allá de los factores económicos. Es momento de adoptar estrategias transformadoras para construir una sociedad más satisfecha y equilibrada, de transformar nuestras vidas y comunidades e incluso de repensar la política pública de los países con el objetivo de mejorar el bienestar de los ciudadanos. A pesar de los desafíos, la felicidad está al alcance de todos, y depende de nosotros dar el primer paso hacia una vida más plena y significativa.

Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la UTB ni a sus directivos.

*Profesora de la Escuela de Negocios, UTB.

“A medida que avanzamos en términos de desarrollo económico y tecnológico, una ola de insatisfacción parece abrumar...”.

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