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Columna

Ojo por ojo

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Repíteme la orden por favor.

“En nuestros días, la dictadura universal del mercado dicta órdenes contradictorias: Hay que apretarse el cinturón y hay que bajarse los pantalones.

“Los mandatos que bajan desde el alto cielo no son mucho más coherentes, la verdad sea dicha. En la Biblia (Éxodo 20) Dios ordena: ‘No matarás’, y en el capítulo siguiente (Éxodo 21), el mismo Dios manda matar por cinco motivos diferentes”. (Eduardo Galeano, 2016: ‘El Cazador de Historias’).

La violencia es una dolorosa pero innegable realidad, para hacernos un contexto en cifras, en el año 2017, a nivel mundial se reportaron 6,1 personas víctimas de homicidio por cada 100 mil habitantes en la Tierra. Nuestro continente, América, para la misma fecha presentó una tasa de 17,2 víctimas de homicidio por cada 100 mil personas, siendo la región hemisférica con mayores tasas de homicidio en el mundo (cifras de UNODC, 2019).

En Colombia, el DANE señala que en el año 2019 la tasa de homicidios de jóvenes entre 15 a 29 años, supera las 100 muertes por 100.000 habitantes. Para el año 2019 la tasa de homicidios nacional en hombres fue de 49,4 personas por cada 100 mil habitantes y en algunas regiones de nuestro país, esta tasa ascendió a 107,7: un escenario de terror.

Según Medicina Legal, en el año 2020 fueron reportados en Colombia 11.326 homicidios. Este año, 2022, entre los meses de enero a septiembre el reporte es de 9.844 víctimas de homicidio, y al terminar este año seguramente superaremos la tasa de años anteriores, lo que nos sitúa como uno de los países más violentos del continente y del mundo

Todos los días contamos nuevas víctimas, como si la violencia se tratara de un acto natural, como si esperáramos cada día un nuevo muerto, un nuevo dolor. Nuestro contexto mundial, nacional y aun local es escenario todos los días de una nueva vida perdida, la violencia arrebata sueños, luchas, sonrisas, ilusiones, esperanzas.

La violencia no es nunca la forma ni el mecanismo para resolver nuestros problemas estructurales, estamos en un punto donde la falta de credibilidad en la justicia y en el sistema se ha convertido en el combustible de nuevas formas de violencias, perder la vida en un acto de hurto es ahora justo, y casi admirado; linchar de forma masiva, cómplice y publica es un acto de heroísmo.

Estamos llenos de discursos tan nefastos como nuestras propias cifras: “Algo habrá hecho”, “Por algo será”, “Quien lo mandó”, “Paloterapia”, Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego. Estamos perdiendo el rumbo o quizás ya lo perdimos. ¿Acaso hay reversa?

No es tarea sencilla entender que nuestros escenarios son el resultado de décadas de fracasos por construir una mejor sociedad, la violencia que vemos al abrir las redes sociales o al asomarnos a la ventana es la consecuencia de muchos años de flagelos sociales que hoy brotan desmesuradamente, ante los cuales, las medidas inmediatas no tendrán efecto alguno si no se asumen los verdaderos retos y desafíos que implican una política pública, coherente con los datos y las realidades colombianas.

Las acciones y esfuerzos deben ser el resultado de la estructuración de políticas a nivel internacional, nacional, regional y local, esto implica recursos y compromiso político con una perspectiva clara que no agrave las brechas sociales, aspecto estructural de las regiones más violentas del mundo. Los esfuerzos deberán estar focalizados en los países y departamentos con mayores necesidades de intervención.

Entre otras, resulta necesaria la articulación institucional, comunitaria en todos los niveles, que ofrezca a los niños, niñas, adolescentes, jóvenes, madres, lactantes y embarazadas espacios de fortalecimiento comunicativo, tejido social y grupos de pertenencia con enfoque diverso, diferencial y en derecho; acompañado de mayores y mejores ofertas laborales, acceso a la educación en todos los niveles, y oportunidades dignas de empleabilidad, emprendimiento, formación.

Igualmente, una política penitenciaria que en verdad genere oportunidades y posibilidades de cambio y transformación humana, no escuelas del crimen, ni escenarios de tortura e impunidad. Aplicación de una política restaurativa, con miradas a la restitución y el restablecimiento más allá de la mirada punitiva y castigadora del sistema carcelario.

Programas de salud mental para todos y todas, prevención del consumo de drogas y alcohol, los cuales son factores de riesgos asociados al crimen.

Las transformaciones son posibles, soñar que será distinto es necesario, décadas de violencia han sido también años de conocimiento, la violencia nunca será el camino, siempre será el acto que nos recuerda que estamos perdiendo un rastro de humanidad y de humanismo. Años de terror también han sido senderos de fortalecimiento de los saberes más profundos de ‘Las venas abiertas de América Latina’, la gran obra de Eduardo Galeano sobre nuestra realidad continental.

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