“El sufrimiento y el dolor van necesariamente unidos a un gran corazón y a una elevada inteligencia.
Los verdaderos grandes hombres deben de experimentar, a mi entender, una gran tristeza en este mundo”. (Fiódor Dostoyevski, ‘Crimen y Castigo’).
El Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias forenses revela que en Colombia, entre los meses de enero a agosto de 2022, han sido asesinados violentamente 426 niños, niñas y adolescentes; y de ese total, 29 tenían entre 0 a 5 años de edad.
Recientemente el país llora en torno a la terrible muerte del niño Gabriel Estaban, de 5 años, asesinado por su padre, en lo que sería la más terrible forma de la denominada ‘violencia vicaria’.
La palabra ‘vicario’ proviene del latín vicarius y según la RAE: “Que tiene las veces, poder y facultades de otra persona o la sustituye”. En la violencia vicaria se sustituye a la persona, se ejerce contra la mujer y el único objetivo es destruirle, es una intención clara de causar un daño infinito y un dolor extremo. Este tipo de violencia incluye desde actos verbales como hablar mal de la madre en presencia de sus hijos, hasta la forma más lamentable y dolorosa: el asesinato de los hijos, la más terrible forma del dolor femenino.
La violencia vicaria es la expresión más vil de la violencia de género, en la cual el cuerpo de los hijos y de las hijas es usado como vehículo para dañar a un tercero: la madre. Es la máxima manifestación de poder en una relación desigual. Más allá de mencionar los detalles absolutamente desgarradores que rodean el asesinato del niño Gabriel Esteban González, o más allá de hacerle alegoría a la psicopatía de un criminal; mi interés es introducir elementos que puedan ser de ayuda a las personas que atraviesan hoy por una relación violenta.
Es posible identificar la violencia vicaria, por ejemplo usar a los hijos para dañar a la madre, produciendo daño físico o utilizando palabras que produzcan dolor en la madre, no importa el dolor de los hijos, para este tipo de agresores importa el dolor que causa en la madre, los hijos son vehículos, son deshumanizados, cosificados, altamente instrumentalizados, son vectores de odio.
Amenazas constantes de matar a la madre o los hijos, usar el tiempo y el espacio del cuidado de los hijos para hacer sufrir a la madre, hablar mal del otro progenitor en presencia de los hijos, falta de cuidado idóneo de los hijos, amenazas y violencia después de la separación, intentos fallidos de retornar a la relación, violencia hacia los hijos antes, durante y después de la separación, violencia física, psicológica, verbal, económica, sexual; acentuado por separaciones, intentos fallidos de reconciliación, rechazos por parte de la pareja, y la tenencia de nueva pareja, nuevo matrimonio o nuevos hijos.
La violencia vicaria, denominada ‘de género’, es exclusivamente contra las madres, donde se destruye a la mujer causándole la mayor pérdida, el asesinado de su hijo o hija. Puede existir violencia vicaria hacia los padres también, en la cual, los roles sean contrarios, este tipo de casos son menos comunes, dado que la violencia vicaria es una forma de opresión, de asimetría de poder, y se reportan muchas más casos contra la mujer, donde el agresor es el padre biológico o el padrastro de los niños, no obstante en un caso particular podría existir inversión de roles.
No es tarea ligera ni fácil realizar la detección de este tipo de perfiles de alto riesgo, en primera instancia los profesionales trabajan en condiciones inapropiadas, sin herramientas para evaluar de manera profunda los casos, sin los elementos requeridos para concluir sobre los indicadores de riesgo de cada caso, con escasos recursos, con altas demandas por parte de los usuarios, con poco personal y falta de formación por parte de algunos funcionarios.
La violencia contra la pareja es un indicador de cuidado que debe ser valorado por profesionales idóneos, considerando que los perfiles más psicopáticos serían posiblemente menos perceptibles, por las mismas características de este tipo de patrones de personalidad.
Es claro que debe existir una política nacional orientada a la prevención o serán vanos los esfuerzos que se realicen en materia del abordaje de las violencias contra los niños y las niñas en Colombia. Igualmente revisar la valoración de riesgo quien debe realizarla, como, a quién van dirigidas, con qué elementos mínimos, incluir a los hijos e hijas menores de edad y otros miembros vulnerables del grupo familiar.
Es necesario revisar el papel de la justicia y de los profesionales que conocen de este tipo de situaciones. Una discusión de tipo jurídica, que implique tener en cuenta la violencia, varía en el marco de lo penal y desde el punto de vista legal, lejos de ser esta una solución a un problema arraigado en nuestra sociedad, una violencia que tiene raíces profundas en nuestras prácticas culturales, en nuestro modo de pensar y de relacionarnos con los otros y con nosotros mismos.
No hay castigo alguno que repare el asesinato de un hijo, ni la pena de muerte, ni la cadena perpetua, pero queda la sensación de una incipiente justicia, de un ápice de redención en una justicia eficaz orientada a sancionar, a erradicar, a prevenir y a garantizar que este tipo de actos NO se repitan.
En memoria a Luis Santiago, víctima de homicidio a sus 11 meses por parte de su padre; a Gabriel Esteban, víctima de homicidio a sus 5 años por parte de su padre; a Diana Marcela, asesinada a sus 4 años; a Juliana, violada, torturada y asesinada a sus 7 años por un ‘hombre de bien’; a tantos y tantas otras, infinitos nombres, infinitos dolores: una sociedad infame, como bien lo dijo el gran José Saramago: “¿Qué clase de mundo es éste que puede mandar máquinas a Marte y no hace nada para detener el asesinato de un ser humano?”
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