comscore
Columna

Dime con quién andas y te diré qué fumas

Compartir

Tres de la madrugada. Vuelta añicos, María Alexandra, de solo veinte años, llegó a la urgencia portando en el pecho un letrero escrito por ella misma: “Déjenme morir, quiero descansar”.

Su historia clínica semejaba extenso prontuario: uno a uno, los implacables asesinos dejaron su estigma en aquella jovencita con la piel aferrada al esqueleto.

Fueron cinco años de desenfreno lidiando contra el VIH Sida, gonorrea, cirrosis hepática, drogadicción y la insaciable esquizofrenia.

María Alejandra fue la última de cuatro hijos en un hogar de clase media. Su padre, contador público; su madre, comisionista de finca raíz, trabajaron para brindarles educación de calidad enmarcada en principios y valores.

Apodados ‘Familia Jurassic’ escrutaban con lupa las amistades de sus hijos; jamás entregaron la llave de la puerta, establecieron estrictos horarios de entrada y salida mientras reiteraban la letanía que los hizo célebres en la vecindad: “Nada nos impide conocer quiénes son sus amigos, dónde viven, qué lugares frecuentan, qué fuman. Preferimos ser ariscos dinosaurios que pavos rellenos”.

Pero después de años de paz irrumpió la tormenta: María Alejandra, sacudida por las primeras explosiones de hormonas, dejó al descubierto su indómito carácter: a los quince años, suelta de madrina, abortó clandestinamente y, desbocada, corrió directo a la arena movediza de la drogadicción, mientras su cuerpo bichecito era desgarrado por los colmillos ponzoñosos de las enfermedades venéreas.

Buscaron todas las ayudas médicas y psicológicas disponibles, emplazaron a sus amigos de traba y vacile, pero nada funcionó, optando por el régimen militar donde solo sus padres eran los dueños de las llaves, hasta cuando los citaron al Juzgado de Familia.

María Alejandra impetró acción de tutela exigiendo respeto a sus derechos fundamentales: libertad y libre desarrollo de su personalidad. La juez le concedió la razón. Los padres acudieron presurosos cargando maletas con la ropa y demás enseres de su hija. “Estamos totalmente de acuerdo con la decisión tomada, su Señoría. Respetuosamente aquí dejamos las pertenencias de María Alejandra, termine usted de criarla”.

En los siguientes cinco años no recibieron noticias de su hija hasta cuando les informaron que agonizaba, solitaria y dolorosamente, en la urgencia del hospital con un letrero en el pecho escrito de su puño y letra: “Déjenme morir, quiero descansar” y, como la efímera favela, se volvió cenizas antes del amanecer. Yo estuve ahí para contarlo.

Únete a nuestro canal de WhatsApp
Reciba noticias de EU en Google News