Si algo ha desvelado la crisis sanitaria y el largo periodo de confinamiento es la necesidad de recuperar la felicidad. Para ello primero hay que liberarse de penurias e incertidumbres. No es una mera declaración de propósitos: casi 20% de la fuerza de trabajo cartagenera se siente sola, estresada o deprimida por la pandemia. Son casi 100 mil personas con responsabilidades en hogares donde no han podido buscar trabajo o iniciar un negocio, o no han podido recuperar el trabajo y las fuentes de ingresos.
En la región, la crisis desafía nuestra resistencia y creatividad. Hasta ahora, la imaginación ha estado más en la gente -emprendedores y trabajadores informales- que en los gobiernos locales, que se han visto a tientas para enfrentarla y muy dependientes de la rácana reacción nacional.
Sus respuestas son muy preocupantes: de las siete capitales del caribe continental, solo tres -incluyendo a Cartagena- han logrado diseñar planes de reactivación; todas, con excepción de Barranquilla, enfrentan serias limitaciones presupuestarias.
¿Cuánto tomará la recuperación? No lo sabemos. La mala noticia es que según la nueva metodología de medición del Dane tenemos más pobres de los que creíamos.
En retrospectiva, las crisis han sido más dolorosas en la Costa que en cualquier otro lugar del país. Tras la recesión de 1999-2000, la población pobre aumentó en 1,6 millones. Esta tragedia coincidió con la época más atroz de los señores de la guerra, que desplazaron más de 700 mil personas hacia las zonas urbanas. Por entonces, la ruta de la recuperación fue escarpada y disímil. A Cartagena le costó 10 años bajar a un dígito la tasa de desempleo, a Barranquilla 7 y a Montería 14 años.
En esta ocasión las perspectivas son desalentadoras. Las capitales costeñas con más bajo nivel de ocupación en la precrisis hoy registran el mayor desempleo. Y aquellas con mayor pobreza extrema observan la más severa caída en el empleo. Es probable entonces que la región siga rezagándose y aumenten las desigualdades intrarregionales. ¿A qué va la felicidad en este relato? En Europa se ha comprobado que en épocas de crisis, la gente pierde más felicidad (casi el doble) de la que recupera cuando la economía crece. Esto invita a pensar en el bienestar más allá de las cifras de crecimiento, que convertiremos de nuevo en el gran fetiche de la pospandemia.
La crisis nos está dando las pistas: la felicidad puede estar en la vocación por el cuidado mutuo y el civismo reparador, y en poder erigir un sistema (¿uno nuevo?) donde se incentiven organizaciones civiles y empresas que trabajen por la justicia social, la democracia y el cuidado de nuestro planeta.
Las opiniones aquí expresadas no comprometen a la UTB o a sus directivos.
*Profesor UTB-IDEEAS.