A no ser porque sus hijos, Israel Enrique, Rebeca y Ricardo, lo testifican, jamás hubiese sospechado que detrás de aquel adusto e incansable gladiador contra el cáncer, existía un tierno miembro de familia, fabricante de versos, amante de la naturaleza, la tauromaquia, fogoso bailarín de los tangos de Gardel, discípulo de Neruda y fanático incondicional de los Yanquis de Nueva York.
Conocí al doctor Israel Eduardo Senior Guerrero en su consultorio del recién inaugurado Hospital Universitario de Cartagena, anexo al búnker, siempre atestado de pacientes, silenciosos y tristes, que acudían de toda la Costa Caribe en busca del servicio de radioterapia.
Acudí a él, como residente de Pediatría, con la difícil misión de conseguirles cupos, en su apretadísima agenda, a dos angelitos indefensos, con diagnóstico de leucemia. Llevaba en mis manos las angustias y temores de sus padres junto a las historias clínicas, como cuando se llevan los expedientes a los magistrados de la Corte Suprema para que emitan sentencia. El maestro revisó minuciosamente aquellos documentos y dio su veredicto: - Sólo tengo cupo para uno.
- Pero doctor Senior, ¿cómo hacemos con el otro?
- Procede como si fueras Dios, Él jamás se equivoca.
Estrechó mi mano y dio por terminada la interconsulta. Incapaz de reunirme con los padres, tampoco dormí buscando palabras justificando lo injustificable, pero al día siguiente encontré una nota del doctor Senior que me devolvió la esperanza: “Fabio Restrepo Ángel, oncólogo-radioterapeuta, atenderá al niño en el Instituto de Cancerología de Bogotá sin costo alguno. Ahí le dejo las reservas del albergue y los tiquetes”.
Este cartagenero, nacido en la Calle del Sanísimo, hasta su último aliento estuvo aferrado a dos grandes pasiones: su familia y el servicio de radioterapia, importándole muy poco la modesta remuneración recibida.
Mago para estirar el tiempo, su esposa, doña Carlina Torres Verbel, no se hacía muchas ilusiones cuando los invitaban a reuniones sociales: siempre llegaba tarde del consultorio y la encontraba en torada, pero la desarmaba con los versos infalibles de Neruda: - Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Aún conmovida, Rebeca evoca el carácter solidario de su padre, pionero de la radioterapia en la Costa Caribe. Organizó su Primera Comunión junto con las de las niñas del pabellón de leucemia.
Finalizada la ceremonia religiosa les colocó, una a una, el vestido de gala de su hija para la fotografía del recuerdo.
- El milagro es el día a día. No hay certeza de que estemos aquí mañana.